La encrucijada de las urnas

 

Escrito por Héctor Porfirio Ochoa Rodríguez

 

Un poco de historia nacional

Desde 1997, cuando el PRI perdió la mayoría absoluta (la mitad más uno) en la Cámara de Diputados, ningún partido había vuelto a tenerla hasta que lo logró Morena en 2018. Todas las elecciones intermedias, después del año 2000, representaron una caída en el porcentaje de votos del partido gobernante, haya sido el PRI o el PAN. Por lo tanto, siguiendo esa tendencia histórica, sería previsible que el partido en el poder federal, Morena, bajara el porcentaje de su votación y, en consecuencia, el de su representación en la citada Cámara, como resultado del desgaste natural que da el ejercicio del gobierno.

 

Tiempos sin paralelo

Sin embargo, los tiempos que vivimos no son “naturales” o “normales” en modo alguno. Hasta inicios de 2020, el gobierno y su partido gozaban de un nivel de aceptación envidiable, que vaticinaba la repetición de un triunfo contundente en las elecciones federales y en prácticamente las quince entidades de la república que tendrán elecciones de gobernador(a). No obstante, en febrero del año pasado se detectó el primer caso comprobado de COVID-19 en el país y en marzo se decretó el estado de pandemia, con el cierre de los sectores no esenciales de la economía. Las consecuencias han sido brutales en todos los ámbitos, sobre todo en dos: salud, con 2,420,659 casos y 223,568 muertes; y economía, con una caída del PIB de 8.5%, la más alta desde la depresión de 1929, y una pérdida de un millón de empleos formales y una cantidad incalculable de informales. En el sector educativo, con clases virtuales, televisadas o por redes sociales, se han tenido que enfrentar algunos de los cambios más radicales para la niñez y la juventud estudiosa, y el personal docente y de apoyo a la educación.

 

Fuera de toda lógica

Lo más lógico ante este panorama habría sido, en cualquier otro país, un rechazo creciente y marcado al gobierno en turno y su partido (Brasil y Gran Bretaña, por ejemplo), pero en México no ha sido así. El presidente sigue gozando de una aprobación superior al 60% y su partido encabeza las preferencias para las elecciones legislativas federales, en porcentajes que oscilan del 40 al 45 % de la intención de voto, lo cual no le dará por sí solo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, pero que lejos está de ser una debacle y, con las curules de sus partidos aliados (PT, Verde y algunas más de las nuevas formaciones partidarias, si logran su registro), podría llegar a conseguirlo.

En cuanto a las gubernaturas, el promedio de distintas encuestas colocan a Morena arriba en Baja California, Sonora, Sinaloa, Nayarit, Colima, Michoacán, Guerrero, Tlaxcala y Zacatecas (con proporciones más holgadas en unas entidades que en otras); en empate técnico con la Alianza PAN-PRI-PRD y con Movimiento Ciudadano (MC) en Campeche; en franca desventaja con el PAN en Chihuahua y Querétaro, y con la Alianza en Baja California Sur (con un candidato panista); y sin nada que hacer en San Luis Potosí y Nuevo León, donde se ubica en tercer lugar. 

Todo ello después de los escándalos de Félix Salgado Macedonio, acusado de violación, pero sin proceso judicial vigente en su contra, y su posterior impedimento a participar en la contienda por no reportar gastos de precampaña, como su homólogo de Michoacán, Raúl Morón, impedidos por el INE y ratificada la sentencia por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).

Si lo anterior fuera poco, el 3 de mayo colapsó una gran trabe de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, concitando todo tipo de ataques de la oposición al presidente, al canciller y antiguo jefe de Gobierno de la CDMX, y a la actual gobernante de la ciudad. Parecía el empujón que faltaba para desbarrancar a Morena, pero no ha sido así.

 

¿Por qué Morena sigue arriba en las encuestas?

Por dos razones que creo fundamentales. El presidente ha logrado establecer un bloque a su favor a partir de hechos muy concretos, como los programas sociales, la rebaja de sueldos de él y su gabinete, la austeridad gubernamental (que a veces raya en austericidio), el enjuiciameiento de Emilio Lozoya, el compromiso de devolver más de 200 millones de dólares por parte de Alonso Ancira, y el no quedarse callado ante nada, aunque con ello haya violado la veda electoral y haya sido sancionado por el INE y el TEPJF. La liberación del general Cienfuegos, y toda la sombra de dudas y sospechas que legítimamente despertó, ha pasado a segundo plano; la violencia incontrolable, también.

La segunda razón es por la falta de autoridad moral de la oposición, por su derrota moral, más precisamente.

Nada ha resultado más patético en los últimos días que oír a Diego Fernández de Ceballos, como ridícula caricatura de cruzado medieval, clamar por el voto “a favor de la libertad y en contra de la dictadura”. Un personaje como él, traficante de influencias, corrupto y corruptor, déspota, cínico, clasista, racista y los demás etcéteras que gusten agregarle. Un parásito beneficiario de todo lo que ha perjudicado a millones de mexicanos.

El otro competidor en ridiculez, pero sobre todo en cinismo, es Felipe Calderón. No se han dado cuenta él y Fernández de Ceballos que cada ataque contra López Obrador que salga de sus bocas tiene el efecto contrario. Bien podría decir el presidente que “es un honor” ser atacado por ellos, y que habría que sospechar si hablaran bien de él.

Los otros payasos de la comedia son Enrique Krauze, Aguilar Camín y los empresarios Claudio X. González y Gustavo de Hoyos (recién convertidos también en “intelectuales”), así como un largo etcétera de abajo-firmantes de manifiestos contra la dictadura que sólo existe en sus cabezas.

 

Los hechos

Nunca en la historia de México, desde Madero, un presidente de la república había sido atacado, ridiculizado y vituperado tanto como López Obrador, pero a diferencia de aquél, y quizás por haber aprendido la lección involuntaria del espiritista de Coahuila, ninguno se había defendido y había devuelto cada ataque como el actual presidente, en contraste con sus antecesores, que si algún valiente se atrevía a criticarlos, se quedaban callados pero mandaban cerrar periódicos, despedir periodistas, censurar programas de radio y televisión y, quizás, hasta ordenar alguna muerte o desaparición.

¿Se le ha pasado la mano al actual presidente, sobre todo en el contexto de un país como México, con los altos índices de periodistas atacados y asesinados por el crimen y autoridades de diversa jerarquía? En mi opinión se ha extralimitado y ha sido poco sensible, pero de ahí a acusarlo de ser o pretender ser un dictador hay una distancia como la de aquí a Marte. Que no se vayan tan lejos los opositores, que se acuerden de tres sexenios particularmente represivos con la prensa: los de Miguel Alemán (1946-1952), Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis Echeverría (1970-1976), por no mencionar a Felipe Calderón (2006-2012) o Enrique Peña Nieto (2012-2018).

Confieso que he apoyado al presidente en muchas de sus decisiones, que me aburren o hasta me dan pena ajena algunos de sus fiascos o errores, y que me han llegado a molestar sus no pocas contradicciones, pero no entiendo de otro modo el apoyo a ningún dirigente político, o es apoyo crítico o no lo es; nunca sumisión.

 

La historia local

Colima, la pequeña entidad de Colima, nuestra Colima de amores y sinsabores, gobernada desde siempre por el PRI, que apenas conoció la alternancia municipal en 1994, cuando Coquimatlán votó por un alcalde del PAN. Hacia 1997, la mitad de los ayuntamientos (cuatro del PAN y uno del PRD) y de las diputaciones locales fueron ganadas por la oposición (diez), y el PRI se quedó con la otra mitad y el gobierno del estado, después de una elección altamente cuestionada, que apestó a fraude y que dio como “ganador” a Fernando Moreno Peña, convertido desde entonces en cabeza del más poderoso grupo priista, el que está enquistado en la Universidad de Colima, a la cual ha usado como trampolín.

Fernando impuso a Gustavo Vázquez Montes como candidato del PRI a la gubernatura en 2003 y puso en práctica una táctica intimidatoria conocida como “marea roja”, donde los priistas iban a las urnas uniformados de ese color y hacían presión sobre las presidencias de casillas. Por su intervención en las elecciones, éstas fueron anuladas. Las votaciones extraordinarias fueron atropelladas y marcadas por las mismas sospechas. Gustavo volvió a ser candidato y llegó a gobernador. Fernando lo pretendió mangonear y no pudo. Gustavo falleció, junto con varios de sus funcionarios, en un accidente de avión. 

Nuevas elecciones en 2005. Llegó a la gubernatura el priista Silverio Cavazos, para terminar el periodo gubernamental de Gustavo. Locho Morán compitió contra él por el PAN y perdió. Fernando fue acotado en su poder por Silverio, quien logró imponer como candidato del PRI en 2009 a Mario Anguiano, contra viento y marea (es decir, contra Moreno Peña, que prácticamente acusó a Anguiano de tener vínculos con el narcotráfico). El 21 de noviembre de 2010, Silverio fue asesinado por un sicario a las puertas de su casa.

Mario gobernó mal, con despilfarros y falta de disciplina financiera, aunque enfrentó en octubre de 2011 al huracán Jova, que dejó una gran estela de destrucción en el estado y un aumento considerable de la deuda pública. Al final de su pésimo gobierno, Fernando Moreno retomó el control e impuso a José Ignacio Peralta Sánchez como candidato del PRI, en 2015, con una campaña en la que prometía, en el colmo de la desvergüenza, que los y las colimenses viviríamos felices y seguros. Jorge Luis Preciado lo enfrentó y perdió por menos de 600 votos (en condiciones por demás sospechosas). Locho Morán participó por segunda vez como candidato, pero en esa ocasión por MC, pues había renunciado al PAN. La elección constitucional fue anulada por segunda vez en la historia de Colima y, por si fuera poco, Fernando Moreno sufrió un atentado el 12 de octubre de 2015.

El domingo 17 de enero de 2016 se celebraron las elecciones extraordinarias, en las que resultó triunfador Peralta. Jorge Luis Preciado perdió por segunda vez, pero en esta ocasión por más de diez mil votos. Locho Morán fue derrotado por tercera vez.

 

Nuestra triste realidad

En poco tiempo, las promesas de José Ignacio Peralta se evidenciaron como falsas y como la más grande tomadura de pelo de la historia de Colima. A medio sexenio, cuestionado acerca del aumento exponencial de la inseguridad en el estado y respecto a su frívola promesa de “felicidad”, declaró con desparpajo: “Ésas fueron promesas de campaña, eslóganes publicitarios”.

Yo nunca había leído tanto cinismo en las declaraciones de un político local.

Y no sólo ha sido la inseguridad, sino también las finanzas las que “han hecho agua”. A punta de préstamos, este gobierno se ha mantenido a flote, y a fuerza de dividir a un buen número de los diputados que en las elecciones de 2018 llegaron bajo las siglas de Morena, pero que no tenían ni formación, ni convicciones, ni lealtad. Han sido monedas de cambio, títeres, comparsas. De quince que llegaron, sólo seis se mantuvieron fieles y no sucumbieron a los billetazos.

 

La campaña electoral 2021 en Colima

Desde antes del inicio del proceso electoral, todas las encuestas han puesto por delante a Indira Vizcaíno. Con altibajos, esa tendencia se ha mantenido a lo largo de toda la campaña. Por primera vez desde 1997, la elección no se dividirá casi por mitad entre el voto por el PRI y el de la oposición panista. Hoy, quién lo dijera, el PRI, el PAN y el PRD van aliados en la gubernatura, en las alcaldías y en las diputaciones locales, también en las federales. Hoy, todos ellos se unen contra Morena e Indira, pero quien se ha adjudicado el rol de golpeador número uno contra la ex alcaldesa de Cuauhtémoc ha sido Locho Morán, candidato por cuarta ocasión. La acusaba antes, durante y después del debate de estar al servicio del PRI, de ser la otra cara del PRI. Basa sus acusaciones en que Vizcaíno fue secretaria de Desarrollo Social del gobierno de Peralta durante el primer año de su administración. Sin embargo, Indira tuvo el tino de separarse muy a tiempo del gobierno de Peralta. Ganó para la coalición obradorista, en 2018, por amplio margen, la diputación del II distrito federal del estado, con cabecera en Manzanillo, y se integró al gobierno de López Obrador desde el principio como delegada de los programas sociales. Eso le dio, indudablemente, una proyección estatal que la ha posicionado en el lugar en donde está. Es paradójico que Locho, quien sí está rodeado de priistas como Martín Flores (con quien se gritó hasta lo que no en 2015) o por ex priistas como Federico Rangel, candidato de MC a la alcaldía de Colima, acuse a Indira de priista. Es una estrategia que no le funcionó en el debate, ni le funcionará en la elección.

Mención aparte merece el caso de Virgilio Mendoza. De origen priista, pero cuya verdadera carrera política comenzó en el PAN, como alcalde de Manzanillo en dos ocasiones. En 2015 era el precandidato panista mejor posicionado y con altas posibilidades de ganarle al PRI la contienda; sin embargo, cuando se enteró que el candidato priista sería su “compadre” Nacho Peralta, declaró que declinaría participar, y fue así que entró a la contienda Jorge Luis Preciado. Perdió toda credibilidad, pues él solo se hizo el harakiri. Se salió del PAN y se fue al Verde, franquicia de la que se hizo diputado federal y dirigente estatal. Bajo esas siglas participa en la actual contienda por la gubernatura, que le dará el último suspiro a una carrera política que él mismo se encargó de sepultar.

Y tenemos a Mely Romero, la profesora de matemáticas de Cuauhtémoc, que aspiraba a dirigir su municipio, pero que el azar y las cuotas de género la colocaron como candidata al Senado en 2012, al cual llegó y luego se fue como subsecretaria de Agricultura de Peña Nieto, no sin antes aprobar sus “reformas” estructurales, que “tanto bien” nos hicieron. Hoy encabeza una alianza innombrable. Hoy es vocera del conservadurismo. Hoy es reflejo de lo que le pasó al PRD por tanto andar aliándose con el PAN, su enemigo ideológico.

El PRI corre el riesgo de convertirse en el partido con menos gobernadores emanados de sus filas, pues varios  de “sus” candidatos son militantes del PAN, como en Baja California Sur, Sonora o San Luis Potosí. En
Colima la candidata de la “Triple Alianza” es del PRI, pero ya parece más panista que otra cosa. Es como de risa escucharla decir que hay que rescatar Colima, pues si hay que rescatarla de alguien o de algo es del PRI, que ya no merece gobernarla.

 

Los augurios

Si el PRI sigue como va, será el próximo PRD, un satélite del PAN. Desde Salinas los priistas le copiaron o robaron a los panistas el modelo económico; ahora están en vías de calcarle los rasgos ideológicos, es decir, el conservadurismo. Ya perdieron el centro que alguna vez presumieron tener. Son un partido de derecha más. Han gastado mucho dinero en la campaña, sobre todo Margarita Moreno, la candidata a alcaldesa de la capital, a quien, no obstante, le puede ganar la abanderada de Morena, Gisela Méndez.

Las alcaldías no están definidas, las diputaciones tampoco. Creo que habrá varias sorpresas.

Ni Mely ni Locho ganarán. No lo merecen. Indira será la próxima gobernadora, sobre la que tendremos que ejercer un puntual monitoreo y recordarle sus promesas de campaña, que no pueden ser meros eslóganes. Si su gobierno de verdad aspira a ser de transformación, deberá ser congruente.

La chiquillada no logrará sus registros. El PES es una manifestación claramente conservadora y de derecha, que paradójicamente se ha aliado al gobierno obradorista; los otros partidos de nueva creación carecen de identidad y de carácter. Lo mejor que nos puede pasar es que dejen de sangrar el presupuesto.

Algo nos debe quedar claro: Votar no es entregar un cheque en blanco.