La lucha estudiantil del legendario Grupo Morelos en la Universidad de Colima

Categoría: MOVIMIENTOS SOCIALES Escrito por Héctor Porfirio Ochoa Rodríguez

Imagen: Diario de Colima 16/12/1983

 

En el periodo comprendido entre finales de 1998 y principios de 1999 se produjo un enfrentamiento público entre el gobernador, Fernando Moreno Peña —exrector de la Universidad de Colima—, y su padrino político, el también exrector Jorge Humberto Silva Ochoa, fundador del Grupo Universidad y propietario del diario Ecos de la Costa. El diferendo surgió porque este último había promovido la creación de la Asociación de Exdirigentes de la Federación de Estudiantes Colimenses, con una serie de demandas supuestamente encaminadas a la “democratización” y rescate del carácter popular de la casa de estudios, con cuestionamientos también al monto de las cuotas que se cobraban a los estudiantes. Al frente de la Rectoría se encontraba entonces Carlos Salazar Silva, excompañero de bachillerato de Moreno Peña.

Al calor de ese choque político en las cúpulas del Grupo Universidad, el historiador Héctor Porfirio Ochoa Rodríguez publicó a principios de 1999, en la edición número 10 de la revista Contraste, una detallada crónica sobre la lucha del Grupo Morelos —organización estudiantil surgida en la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales, de la que él formó parte entre los años 1983 y 1984—, en la que dejó testimonio de la represión ejercida contra ese movimiento estudiantil por parte de las autoridades universitarias, con Jorge Humberto Silva Ochoa como rector.

Difundido con el título original “Crónica de un ayer que se confronta con el ahora. Recordar significa resistir”, el texto de Héctor Porfirio Ochoa, al rememorar la conducta de Humberto Silva y el Grupo Universidad frente a los jóvenes del Grupo Morelos, contribuyó en su momento a exhibir las contradicciones, incongruencias e hipocresía de las demandas de la Asociación de Exdirigentes de la FEC, que por sí solas se esfumaron cuando meses después el gobernador Fernando Moreno nombró a Humberto Silva titular de la Secretaría General de Gobierno.

A 22 años de su primera publicación, Tlanesi reproduce nuevamente la crónica de Héctor Porfirio Ochoa, que en algunos de sus pasajes conserva en los tiempos actuales una inobjetable vigencia que a nadie sorprende, sobre todo en el contexto del actual movimiento del Colectivo de Resistencia Estudiantil (Core).

 

Crónica de un ayer que se confronta con el ahora

RECORDAR SIGNIFICA RESISTIR

 Héctor Porfirio Ochoa Rodríguez

El 15 de diciembre de 1983, el entonces rector de la Universidad de Colima, Jorge Humberto Silva Ochoa, rindió su informe de labores. Ese mismo día Felipe Flores Castillo, estudiante de sociología en la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales de la misma universidad, se declaró en huelga de hambre a la entrada de Catedral. Sus demandas eran: el reconocimiento a su calidad de estudiante —la cual le era negada por la Dirección de la escuela, a cuyo cargo estaba Miguel Chávez Michel— y la realización de nuevas elecciones para la Sociedad de Alumnos de Ciencias Políticas y Sociales. Pero, ¿cómo llegó Flores Castillo a tan radical determinación?

La historia comenzó meses atrás, cuando la Federación de Estudiantes Colimenses (FEC) lanzó la convocatoria para renovar la referida sociedad estudiantil. La estrategia era sencilla. Sin previo aviso se expedía tal documento y, con escasas 24 ó 48 horas de margen perentorio, debían integrarse las planillas que pretendieran competir, previa aprobación de la FEC. Generalmente, se tomaba por sorpresa a los estudiantes, en tanto los manipuladores estudiantiles ya tenían preparadas sus planillas oficiales o “de unidad”.

Desde las anteriores elecciones en la escuela, los candidatos oficiales habían perdido la contienda, hecho insólito en la Universidad, pero no tan extraño si se toma en cuenta que se trataba de la Escuela de Ciencias Políticas, donde era previsible un mayor grado de conciencia entre los estudiantes y una resistencia un tanto más fuerte a los tradicionales métodos corporativos de la FEC. Al fin de cuentas el corporativismo —sea partidista, sindical, estudiantil o de cualquier tipo— lo que pretende es controlar políticamente a los integrantes de las organizaciones respectivas, es decir, negar las posibilidades de participación democrática y, en el caso que nos ocupa, la intención era además, lavar la “afrenta” que para los “fequistas” representaba haber perdido las elecciones anteriores.

Casi de milagro, un grupo de estudiantes no corporativizados logramos integrar una planilla, a la cual denominamos “José María Morelos y Pavón”. Tal núcleo fue encabezado por Felipe Flores Castillo, con antecedentes políticos en el Partido Acción Nacional; no obstante, habíamos simpatizantes del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) —aunque no militábamos en el mismo—, jóvenes sin preferencias partidistas definidas, y hasta algún colado de la misma FEC que hacía las veces de espía. En concreto éramos un grupo plural, unidos por el objetivo común de impedir que la Sociedad de Alumnos fuera un parapeto del director y los porros de la FEC, sin respeto hacia el estudiantado, al cual utilizaban cómo ganadería para asistir a los mítines del PRI, ya que para entonces el así llamado Grupo Universidad tenía asegurada su rebanada en el reparto de los puestos de “elección popular”. Nada menos, el mismísimo rector Silva Ochoa era, a la vez, director de una secundaria, “rector” universitario y diputado federal por el Distrito I del estado de Colima. ¡Todo un ejemplo en cuestión de ubicuidad! 

Imagen: Revista Contraste 06/01/1999

La planilla oficial era encabezada por el actual presidente estatal del PRI —¿serán tantas coincidencias mero producto de la casualidad?—, Roberto Preciado Cuevas, entonces estudiante de administración pública. Hubo, asimismo, un intento de conformar una tercera alternativa —aunque en realidad era otra cara de la misma moneda—, ocasionado por la inconformidad de Valentín Montaño, también estudiante de administración pública, y oficialista, quién se consideraba con más “merecimientos” que Preciado Cuevas. 

La FEC sólo admitió la planilla “Morelos”, como por economía de lenguaje se conoció, y la suya. Temíamos que no aceptaran la nuestra, pero hubiera sido una jugada demasiado burda, sobre todo porque entre nosotros se contaban algunos de los mejores alumnos. 

Los comicios eran antidemocráticos: voto directo y público, es decir, a la vista de todos, incluso los “enviados” de la FEC, que llevaban cuenta pormenorizada del sentido de los votos. Ante la imposibilidad de entrar en la contienda, Montaño hizo una rabieta y pidió a sus partidarios —ciertamente pocos— que votaran por la planilla “Morelos”. Eso contribuyó a que la balanza se inclinara definitivamente en favor nuestro, y que ganáramos por un margen corto, pero “irrefutable e inobjetable”, como acostumbran decir los priistas.

Poco nos duró la alegría del triunfo, pues ese mismo día nos enteramos que la FEC no estaba dispuesta a reconocerlo, argumentando que Flores Castillo no era alumno regular, pues el pago de su inscripción no había sido cubierto debidamente. En realidad, estuvieron buscando cuanto recurso tuvieron a la mano para usurpar una legítima victoria. Si hubiéramos resultado perdedores —como ellos eran en su mayoría estudiantes de administración pública—, con seguridad habrían obstaculizado o no hubieran promovido actos académicos de apoyo a las carreras de sociología, ciencias políticas y trabajo social —que en aquel momento formaban parte de las ofertas educativas de la escuela—, pero no habrían llegado al extremo de amenazar con la expulsión a Felipe Flores. 

La realidad era que Flores, en efecto, por falta de recursos no había cubierto todos los pagos al inicio del semestre —previa autorización del anterior director del plantel, Alejandro Flores Espinosa—, pero había adquirido el compromiso de cubrirlos durante el mismo. Además, era alumno regular en el sentido de que asistía a clases, presentaba exámenes, se le expedían calificaciones, tenía credencial y hasta poseía una constancia que acreditaba su regularidad.

INTROMISIÓN DE FUNCIONARIOS

La FEC se mostró inflexible, amenazó a Felipe y con burlas e ironías enrareció por completo el clima político en la escuela. Concretamente, Arnoldo Ochoa González, a la sazón director de Servicios Escolares de la Universidad, y Miguel Chávez Michel, director de la escuela, dos funcionarios universitarios que se debían mantener ajenos a las cuestiones estudiantiles, encabezaron el hostigamiento. Pero como todos los que abusan del poder, pretendieron mostrarse magnánimos. Si aceptábamos integrarnos a la planilla usurpadora —nos ofrecían la Secretaría General y otros puestos— se “resolvía” ipso facto la situación de Felipe, y todos felices, como una familia siciliana.

Imagen: Diario de Colima 17/12/1983

Por supuesto que no aceptamos. Nuestra respuesta fue: renunciar a participar en la sociedad de alumnos ilegal, exigir el cese de la amenaza de expulsión de Felipe y reivindicar nuestro derecho de asociación —consagrado constitucionalmente— para realizar actividades académicas y sociales como grupo estudiantil Morelos, en beneficio de la propia comunidad escolar. Desconfiando del director de la escuela, solicitamos una reunión con el rector Silva Ochoa. En ella estuvieron presentes, entre otros, Arnoldo Ochoa González, Fernando Moreno Peña, Juan José Farías Flores y Héctor Pizano, además del rector y Chávez Michel, es decir, el Grupo Universidad en pleno. Después de un ríspido intercambio de puntos de vista, obtuvimos el compromiso de Silva Ochoa de aceptar nuestra existencia como grupo estudiantil, que organizaría eventos en beneficio de la escuela, a cambio de no tener una actitud “beligerante”, sino “constructiva”, y de cesar las amenazas de expulsión a Flores Castillo y el hostigamiento a cualquiera de nosotros.

Semanas después, decidimos organizar un viaje a las costas de Michoacán, y para tal efecto comenzamos a pasar a las aulas a invitar a los alumnos. Chávez Michel, en persona, nos impidió tal acción, con el pretexto de que interrumpíamos clases. Decidimos anunciar el evento mediante carteles, y el mismo personaje iba, detrás de nosotros, arrancando las absolutamente inocentes cartulinas, carentes, por lo demás, de cualquier alusión política. ¡El colmo de los atentados a la libertad de expresión! La situación era insostenible. Fuimos testigos de la total falta de respeto de Silva Ochoa a su propia palabra. ¿O acaso la actitud de Chávez Michel obedeció más a un deseo de congraciarse con su amo, como diciéndole: Todo bajo control, jefe”; “Aquí no pasa nada”; impidiéndole saber lo que ocurría realmente? Tal hipótesis resulta prácticamente imposible de creer, pues durante su monárquico rectorado, Silva Ochoa organizó muy bien sus redes de espionaje al interior de toda la Universidad para estar enterado hasta de la mínima vibración de una hoja, ejemplo seguido fielmente por su pupilo y heredero en la silla rectoral, Fernando Moreno Peña; acaso sólo superado por Carlos Salazar Silva. 

Imagen: Diario de Colima 16/12/1983

El caso es que nada se resolvía y la suerte de Felipe parecía estar echada. Desde el inicio del movimiento, Flores Castillo nos había manifestado su intención de realizar una huelga de hambre si no le respetaban sus derechos. Al resto de los integrantes de la planilla nos pareció una medida extrema y no estuvimos de acuerdo en que la decisión la tomara solo, sino que fuera, en todo caso, un acuerdo del grupo. Nunca nos consultó cuando se instaló afuera de la Catedral colimense. 

Nos enteramos por la prensa el 16 de diciembre de aquel año, justo cuando nos disponíamos a distribuir unos volantes en donde denunciábamos a la comunidad universitaria en su conjunto lo que acontecía al interior de Ciencias Políticas, que afectaba a Flores Castillo y a todos los que hasta ese momento nos manteníamos en pie de lucha, no tanto por un proyecto alternativo de universidad, sino por la defensa de las mínimas garantías constitucionales, vejadas cínicamente. 

Al enterarnos de los hechos, no tuvimos otra alternativa que solidarizarnos con Felipe, sin estar preparados ni política ni psicológicamente para hacerlo. Empero, aquellos fueron memorables días que pusieron a prueba nuestra capacidad intelectual, política, emocional y física. Indudablemente, de los más intensos y bellos momentos de nuestras vidas, a pesar de habernos tomado por sorpresa y tener la sensación de ir atrás de los acontecimientos, reaccionando a cada golpe bajo que las autoridades universitarias perpetraban, por no contar nosotros con un plan previamente definido. Nos acusaron abierta o soterradamente de todo lo imaginable e inimaginable: de haber falsificado calificaciones de Felipe; de estar asociados políticamente con el entonces senador Javier Ahumada Padilla —aspirante a la gubernatura— para impedirle tal objetivo a Humberto Silva Ochoa; de ser instrumento de los “Tecos” de la Universidad Autónoma de Guadalajara para que se “apoderaran” de la Universidad de Colima; de estar preparando la llegada de golpeadores de las universidades “izquierdistas” de Guerrero y Sinaloa para “tomar” violentamente la Universidad —hasta rumores nos llegaron de que la plana mayor “universitaria” dormía en la rectoría con armas, para repeler el supuesto ataque—; de querer, alguno de nosotros, convertirse en diputado del PRI (emulando, quizá, a Fernando Moreno o Humberto Silva). Las más absurdas y contradictorias versiones, que se anulaban unas a otras. 

Fernando Moreno Peña. Imagen: Revista Contraste 11/11/1998

La más reciente “historia” de Silva Ochoa, ahora que ha creado la “Asociación de Expresidentes de la Federación de Estudiantes Colimenses A.C.”, fue recogida por Diario de Colima —”¡la vida te da sorpresas!”, diría Pedro Navajas—. En ella señala que el grupo “Morelos” era una expresión de la izquierda colimense para incidir políticamente entre los estudiantes universitarios, pero que como la FEC recogía los planteamientos “populares”, ellos eran en consecuencia la verdadera izquierda y la “otra” izquierda no podía tener éxito. ¿Entiende usted el galimatías? Para el ¿ilustre?  exrector no hubo fraude electoral al interior de la Sociedad de Alumnos de la Escuela de Ciencias Políticas; no existió un siniestro director de la misma, Miguel Chávez Michel, que impidió la libertad de expresión; no se abusó del poder para hostilizar a Felipe Flores, no se inconformó la mayoría de los alumnos de la escuela por todas estas arbitrariedades; y seguramente, no hubo huelga de hambre apoyada por cientos, miles de estudiantes, padres de familia, amas de casa e indignados ciudadanos colimenses de diversos sectores. ¡Hasta el actual coordinador legislativo del PRI en la Cámara de Diputados local, Jorge Armando Gaytán Gudiño, se acercó a saludar a Felipe a las afueras de Catedral y dejó un donativo en uno de los botes colocados para el efecto! 

Tales alcancías, junto con los apoyos recibidos mediante boteos en calles, plazas y camiones urbanos, sirvieron para financiar la campaña de prensa que nos vimos obligados a realizar para defendernos de los infames ataques a los que fuimos sometidos. 

La suposición de que recibíamos financiamiento “oscuro”, y la consecuente acusación, se debía a que hacían cálculos de lo que nos costaba la reproducción de desplegados en la prensa, concretamente en Diario de Colima, El Mundo desde Colima y El Imparcial. Ignoraban que el primero nos cobraba a la mitad de precio las planas y medias planas, mientras que los otros dos nos las regalaban. No hablar de Ecos de la Costa o El Comentario, puestos totalmente al servicio de la difamación y la calumnia. 

Quizá la obsesión por minimizar la existencia de nuestro movimiento se deba a que si el público hiciera una evaluación entre nuestros comunicados y los suyos, apreciaría a primera vista, que los primeros están mejor redactados y poseen un lenguaje firme, claro, vehemente —si se quiere—, pero que conservó hasta el final altura política, algo que los segundos difícilmente podrían presumir. Las pruebas ahí están, en los medios aludidos y vienen firmadas por los responsables de sus respectivas publicaciones. 

Imagen: Diario de Colima 20/12/1983

Con todo, la unilateral decisión de Felipe Flores por iniciar la huelga, quizá suponiendo que no teníamos otra alternativa que secundarlo, nos llevó a cometer distintos errores. La principal riqueza del movimiento la constituyó nuestro ideal democrático; por lo tanto, todas las decisiones las tomábamos en asamblea —a veces por consenso, a veces por mayoría—, pero eso nos hacía enfrascarnos en prolongadas discusiones cuando el tiempo apremiaba, lo que aumentaba la tensión y agudizaba las discrepancias. Hubo varias marchas y mítines los días en que Felipe mantuvo la huelga. En ellos informábamos a la población y tratábamos de contrarrestar la campaña en nuestra contra. Del mismo modo, tuvimos un encuentro en Rectoría para intentar solucionar el conflicto, pero sus condiciones, en pocas palabras, eran: “levanten la huelga y luego hablamos”; por supuesto que no aceptamos. Todo ello lo informábamos a la población, porque nuestra propuesta era un diálogo público, frente a los medios de comunicación, con la gobernadora Griselda Álvarez como testigo de calidad.

LA AUTODERROTA

Justo el 20 de diciembre, cuando ellos aceptaron el ofrecimiento con nuestras condiciones para celebrar un encuentro el 21, Felipe decidió —aduciendo malestares físicos y presiones familiares— levantar, de nuevo unilateralmente, la huelga, en el preciso momento en que estaba concertado el diálogo del día siguiente, mismo que ya no tendría sentido, pues la presión del ayuno habría desaparecido. La autoderrota de Felipe, y con él la de todo el movimiento, estaba inexorablemente asegurada.

Lo que pasó el día 21 fue un circo, montado con saña por nuestros adversarios. Resulta que el segundo o tercer día de la huelga de hambre, un grupo de profesores democráticos de primaria, afiliados al PSUM —antecedente del Partido Mexicano Socialista y del Partido de la Revolución Democrática—, colocaron una mampara de apoyo a Felipe, misma que traía por atrás propaganda electoral de su partido, la cual no era visible. El Partido Revolucionario de los Trabajadores llevó una manta de apoyo con su logotipo y pedimos que la quitaran, porque no queríamos que las causas estrictamente estudiantiles de nuestro movimiento se asociaran con algún partido político en particular, pues siempre defendimos el derecho de todos los universitarios (estudiantes, trabajadores y académicos) a militar en el partido político de su preferencia y, aunque simpatizáramos con tal o cual agrupación, nuestra lógica de discusión y toma de decisiones nunca obedeció a línea partidista alguna. Aceptamos, eso sí, los apoyos de los diversos sectores que, sin pretender imponernos condiciones, mostrarán su respeto a nuestra causa. Tal fue el caso de la certificación notarial que Jaime Alfredo Castañeda Bazavilvazo, Ismael Yáñez Centeno y Manuel Brust Carmona, hicieron de los documentos que Silva Ochoa y compañía nos acusaban de haber alterado, para dar fe en su calidad de notarios, de que tales imputaciones eran falsas.

Imagen: Diario de Colima 21/12/1983

Empero, retomando el hilo conductor de la exposición, el intempestivo levantamiento del ayuno de Felipe, quien fue internado en la Cruz Roja la noche del 20 de diciembre, hizo que todos abandonáramos Catedral y dejáramos la mampara amarrada a la reja frontal. La gente de la FEC se la llevó y, a la mañana siguiente, en el entonces llamado Salón Azul de Palacio de Gobierno, ante el azoro de los compañeros que estuvieron presentes —yo estaba en la Cruz Roja dialogando con Felipe, pues nos habían llegado rumores de que se había levantado del ayuno porque Humberto Silva le había prometido resolver “su” situación, que para esas alturas ya no era “suya”, en modo alguno, sino de todos lo que nos habíamos involucrado—, sacaron la mampara y, como provincianos imitadores de Torquemada, le dijeron a la gobernadora al tiempo que arrancaban los papeles adheridos a la misma y cubiertos por pintura blanca: “Vea, señora gobernadora, no son más que estudiantes confundidos y manipulados por el PSUM”. Ya podrán imaginarse el sermón de doña Griselda y las ocho columnas de Ecos de la Costa y El Comentario. Por supuesto, en aquel tiempo felizmente ya ido, el monolitismo priista era considerado una virtud, y la pluralidad política casi como un pecado. Los ridículos inquisidores no se percataron, pues, de que lo único que exhibían era su descarada intolerancia, su ostensible priismo, la paja en el ojo ajeno. 

Por eso ahora, cuando Silva Ochoa y sus correligionarios se lanzan “al rescate” del rumbo democrático y popular de la universidad, presuntamente perdido por “las preocupantes medidas que limitan las libertades de los universitarios”, “los altos pagos y cuotas”, “la falta de autonomía en escuelas, facultades y centros de investigación” —yo añadiría en el Consejo Universitario—, creo que tengo todo el derecho y la autoridad moral de preguntarle: ¿Dónde estaban sus convicciones democráticas cuando un pequeño grupo de estudiantes de la otrora Escuela de Ciencias Políticas y Sociales —hoy facultad— le pedimos respeto a la voluntad estudiantil? ¿Por qué no impulsó la reforma de la Ley Orgánica de la Universidad que define fascistoidemente al rector como “jefe nato” de la misma? ¿Qué hizo para dar autonomía a “escuelas, facultades y centros de investigación”, así como al Sindicato Único de Trabajadores de la Universidad de Colima (SUTUC) y a la FEC, convertidos en meros apéndices de Rectoría? ¿Qué medidas tomó para evitar la inseguridad laboral de muchos profesores e investigadores universitarios, de la cual ahora usted se queja, misma que se traducía y traduce en su control político, o por lo menos en su silencio para debatir su problemática abiertamente, porque temen perder el trabajo? Aunque las elecciones del 97 demostraron que electoralmente ya no los pueden controlar, a juzgar por los resultados en las colonias de trabajadores universitarios. ¿Qué hizo, en fin, para que su propia sucesión en la Rectoría tomara cauces democráticos y no produjera el resquebrajamiento de las altas cúpulas de su grupo, ante su unilateral decisión, por más que ahora algunos hayan vuelto a reunirse “por encima de cuanto los separó”? ¿No le parece que el rumbo “preocupante” que ha tomado la actual Rectoría no es sino el lógico resultado de los mecanismos antidemocráticos de elección del rector, puestos en práctica por usted, y pulidos por su heredero, Fernando Moreno Peña? ¿No le parece que, llegados a este punto, a uno le parezca lógico preguntar si no es que sus afanes se deben a que el actual gobernador no ha compensado debidamente sus expectativas políticas? 

Imagen: Diario de Colima 17/12/1983

No son vanas mis preguntas porque, si usted recuerda, después del 21 de diciembre de 1983 nuestro movimiento tomó un nuevo giro. Como resultado de la huelga de hambre, recibimos el apoyo de estudiantes de muchas escuelas de la universidad y de la Escuela de Trabajo Social “Vasco de Quiroga”, y, ante la embestida que se desató a partir de ahí, analizamos la posibilidad de que el “Grupo José María Morelos” se integrara por estudiantes de todas las escuelas de la Universidad, la Normal de Maestros, la Escuela “Vasco de Quiroga” y cuantos en el sector estudiantil quisieran espontánea y libremente unirse. Sin embargo, tal medida defensiva se tomó en momentos de gran debilidad y estaba destinada al fracaso.

AMENAZAS Y REPRESIÓN

Poco a poco, ante amenazas directas o veladas y la permanente campaña de desinformación y de desprestigio, los estudiantes que nos apoyaban se fueron replegando, y si tenían un mínimo de conciencia, no se la debían a la FEC, como usted dice, pues ésta es la antítesis de la concientización política de la juventud universitaria; ahí está, sino, el desfile de modas organizado con “La Marina” para ¿conmemorar? el 30 aniversario de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, el 2 de octubre pasado.

No obstante a pesar del repliegue del movimiento, durante los primeros meses de 1984 impulsamos demandas que tendían a lo que pudiera ser el esbozo de un proyecto universitario alternativo: elevar la calidad académica; democratizar las elecciones estudiantiles; bajar las cuotas que ustedes se ufanaban descaradamente en presentar como “las más bajas del país”, cuando tal afirmación no resistía el mínimo análisis y comparación con otras universidades públicas; realización de auditoría a las finanzas universitarias; funcionamiento real del Consejo Universitario, entre las exigencias más importantes. 

La represión arreció, ¿recuerda? Súbitamente, de ser algunos de los mejores estudiantes, comenzamos a reprobar materias justamente con maestros que se prestaron al juego sucio. La mayoría de los compañeros en tales casos, tomaron la decisión de irse de la universidad. No es que los hayan expulsado físicamente, simplemente no les dejaron otra alternativa. Yo fui uno de los pocos que permanecieron, porque diversas circunstancias (familiares, económicas) me condicionaron a ello. De hecho, me comprometí ante la Dirección de la escuela a mantenerme al margen de cualquier participación política. Por supuesto, tuve la posibilidad de haberme ido y arriesgarme a fracasar, como les sucedió a algunos compañeros y compañeras. Pero me faltó valor y coraje para tomar tal decisión. Aislado y en silencio, arrastré internamente el estigma de sentirme un cobarde frente a mis amigos y amigas que partieron. En 1987, al terminar con un año de retraso mis estudios, me entregaron el premio “Peña Colorada”, por haber obtenido el mejor promedio de “mi” generación. En realidad, ésta era la que entró un año después de cuando ingresé. Fue un verdadero caso insólito: un alumno que había repetido una materia por haberla “reprobado”, recibió el máximo galardón al esfuerzo y estudio. Era el implícito reconocimiento, por parte de ustedes, de que tal “reprobación” había sido injusta. Así lo tomé y acepté el premio. No soy un malagradecido. No me regalaron nada. En efecto, habría sido doblemente injusto habérselo entregado a alguien más.

Pero regresando a 1984, cuando nuestra derrota era total, el PSUM se ofreció a apoyar a los compañeros obligados a irse, para que ingresaran en universidades donde tal partido tenía cierta influencia. Felipe Flores se fue a la Universidad Autónoma de Sinaloa; otros por su propio esfuerzo ingresaron a la UNAM, a la UAM y a la Nicolaíta. Fue entonces cuando Arnoldo Martínez Verdugo, diputado federal del PSUM y compañero de legislatura de Silva Ochoa, platicó con éste para que, supuestamente, cesara la represión. Digo supuestamente, porque ninguno de nosotros estuvo en tal reunión, de la que, por otro lado, yo no era un entusiasta partidario, porque la misma, para mí no tenía ningún sentido.  Tal vez por eso ahora el “democratizante” exrector dice que fuimos un “intento” de la izquierda, bla, bla, bla…, y ciertamente que muchos simpatizábamos con ese partido, pero no por ello teníamos una lógica corporativista de lo que debía de ser nuestro movimiento. Por otro lado, yo no he sido un “intento” de nadie que no sea yo mismo.

Decía Carlos Marx que la historia acontece, primero como tragedia y cuando se repite como farsa. El 15 de diciembre de 1986, tres años después de su histórica huelga de hambre, Felipe Flores Castillo, estudiante de sociología de la Universidad Autónoma de Sinaloa, se volvió a poner en ayuno, en vísperas de un nuevo informe de Silva Ochoa. Su demanda principal: la realización de una auditoría a la Universidad de Colima. Resistió, no sé si en verdadero ayuno —el de 1983 me consta que sí lo fue—, alrededor de 20 o más días, prácticamente solo, totalmente desacreditado. No entiendo, aún ahora, cómo es que a punto del triunfo en el 83 se levantó de Catedral y nos dejó a todos, empezando por él, colgados de la brocha. Hasta donde sé, no obtuvo ningún beneficio personal. Quizá su estado físico, en efecto, estaba muy deteriorado. Por ello, menos puedo comprender que tres años después, sin el apoyo de las anteriores multitudes espontáneas y compañeros de lucha, haya aguantado tanto tiempo. Solo a principios de 1987 —quien lo creería ahora— el PRT de “Tawa” y José Ramón Vargas Valle le organizaron una o dos desnutridas marchas y mítines, aunque Diario de Colima y algunos otros compañeros de viaje, emprendieron campaña de prensa para secundar su demanda de auditoría.

Si la historia tiene alguna utilidad, es impedir la desaparición de la memoria. Yo no puedo extinguir de mis recuerdos la frescura de nuestro movimiento, los trepidantes días de la huelga, la esperanzada y esperanzadora sonrisa de quienes nos apoyaron, el grito indignado de madres y padres en las marchas, la solidaridad de todos los que creyeron en nosotros. Tampoco puedo ni debo olvidar los atropellos, las amenazas, las calumnias de antaño. 

La crisis de civilización en la que estamos inmersos se debe, fundamentalmente, a que vivimos en la mentira. Democracia, justicia y libertad son palabras que han perdido por completo su significado, y cualquiera las utiliza con el mayor desparpajo, sin el menor respeto.

En estas circunstancias, recordar significa resistir.

 

Publicación original: Revista Contraste, edición número 10. Colima, Col., 6 de enero de 1999. Páginas 14-18.

 


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