En su propia casa

Pintura en la marcha feminista del 8M. Foto: Sonia Gerth/Cimac

 

Ventanas azules, 

verdes escaleras, 

muros amarillos 

con enredaderas, 

y en el tejadillo, 

palomas caseras. 

 

Las ventanas de mi casa 

han pillado un resfriado 

y estornudan como locas  

cada vez que yo las abro.

 

Clemencia Laborda

 

La asesinaron en su propia casa, era maestra; lo más probable es que haya sido su pareja sentimental o expareja. Lo mismo ocurrió a Ana Karen quien el 25 de junio de 2020 fue asesinada por su pareja, dentro de su casa. Diana Raygosa tenía 21 años y también fue asesinada en su casa en mayo de 2020, por quien decía amarla. Erika vivía en una localidad rural, el esposo la mató delante de la hija en julio de 2020. Juana tenía 71 años y también la mataron en su casa en abril de 2021. 

La lista se puede extender mes por mes, día por día, durante los años que nos alcance el recuento de la ignominia. Para los hombres violentos el hogar es el lugar ideal para cometer crímenes contra las mujeres. Ellos pueden ser estudiantes, profesores, profesionistas, obreros, comerciantes; no importa la ocupación ni la escolaridad. Ellas son solo mujeres. A las masculinidades violentas los atraviesa la idea de que son propietarios de las mujeres. 

La idea del propietario está en la base de los asesinatos a mujeres. Las mujeres son propiedad de los hombres, no como metáfora de las canciones románticas y aventuras edulcoradas con que se llenan las narrativas del amor erótico. Para los hombres violentos las mujeres es una posesión y pertenencia total: tanto el cuerpo como las ideas, los sueños, los anhelos, los deseos, el tiempo de las mujeres son de los hombres. Las mujeres solo tienen que vivir para ellos, ser para ellos, verlos solo a ellos. 

La violencia masculina está instalada como el permiso social para hacer que las mujeres acaten esta disposición de los propietarios. Si bien, actualmente se repudian las manifestaciones más sangrantes de la violencia contra las mujeres, ésta es resultado de permisos permanentes de violencia de baja intensidad, cotidiana, naturalizada, que pasa desapercibida. La sociedad se asombra cuando la maestra es asesinada por su pareja, que además es profesor universitario. ¿Cuánto dura el asombro? Hasta que llega otro crimen igual o peor para hacerlo pasar a segundo plano. 

Nos indignamos porque se evidencia, una vez más, que la educación ni siquiera, la universitaria, son suficientes para transformar las relaciones entre mujeres y hombres. Queremos que la fiscalía lo atrape y lo castigue. Claro que estas acciones son necesarias y urgentes. Además, lo que tenemos que preguntarnos es: ¿Cómo se puede desarticular la violencia contra las mujeres? ¿Cuáles son los compromisos de los hombres, en una reflexión autocrítica para superar las conductas de violencia ejercidas y permitidas?

Porque si bien las mujeres hemos avanzado en la teorización de los derechos a vivir sin violencia (lo cual no se ha logrado), de parte de los hombres es necesario que se asuma la responsabilidad de construir masculinidades disociando la masculinidad de estereotipos como el dominio, la agresión, la propiedad, el orgullo, el honor, que se encuentran en la base de las valoraciones identitarias masculinas. 

Es cierto que tratamos de construir un horizonte de justicia y de igualdad entre mujeres y hombres. Los derechos, tratados internacionales, normativas, legislaciones, protocolos, dejan al hogar como un lugar donde no lo atraviesan los derechos: un lugar presocial como lo planteó Rousseau, donde predominan la diferencia de poder, la jerarquización del varón; la preeminencia del dueño de la casa, como dueño de vida y destinos de la familia. El señor asigna los apellidos y de ese sello de dominio se derivan múltiples manifestaciones de subordinación: mantener bajo su control y autoridad a su pareja y a quienes de él dependen: hijas e hijos, padres, madres. 

Tenemos que avanzar en impartir justicia para las mujeres asesinadas. También tenemos que, urgentemente, elaborar un debate colectivo sobre la relación de los hombres con la violencia en general, con la violencia contra las mujeres, con los modelos masculinos tradicionales y modernos que tienen en el centro la inferiorización y apropiación de las mujeres.  

La violencia es una forma de ejercicio del poder. Al matar a una, se está dando el mensaje de que la siguiente puedes ser tú, yo, cualquiera. 

 

Publicado en Nayarit Opina, Tepic, Nayarit, 31 de agosto de 2021.

Socióloga, Universidad Autónoma de Nayarit, correo: