Enferman por buscar a un ser querido, y les niegan atención médica

                                                                                    Foto: A dónde van los desaparecidos

Aranzazú Ayala

A través de la CNDH primero, y después ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, once familiares de personas desaparecidas exigen que, tal como lo establece la ley, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas reconozca su derecho a la salud. Pese al compromiso de la Segob de atender las demandas, no han recibido apoyo

Gregorio Cano siempre hizo ejercicio y comió sano; trabajó como vendedor de fotografías de graduaciones hasta la desaparición de su hijo Paolo en 2013, cuando se dedicó de tiempo completo a buscarlo. Su hija Sandra cuenta que un día empezó a toser y a toser; a los dos meses fueron al médico y le diagnosticaron cáncer de pulmón. Menos de un año después, murió. María Esther Montero, madre de Paolo, fue diagnosticada con un tumor en el cuello y falleció en 2021. Ambos murieron sin encontrar a su hijo.

Al ser enfermera para niños, Sandra había visto, escuchado y leído sobre padecimientos derivados de estados emocionales. Cuenta que la desaparición de Paolo, militar en activo, apenas una semana después de haber sido transferido a la base militar del puerto de Lázaro Cárdenas, Michoacán, provocó un impacto emocional muy fuerte en Gregorio, que se tradujo en su salud física. 

María Esther formó parte del grupo de siete mujeres y cuatro hombres que el 15 de abril de 2021, acompañados por la organización civil Idheas, presentaron una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en contra de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), organismo que forma parte de la Secretaría de Gobernación (Segob), por violar su derecho a la salud, al negarse a darles atención médica por las enfermedades que desarrollaron después de la desaparición de un familiar.

“Obviamente que la enfermedad de mi papá sí fue a raíz del hecho de que mi hermano desapareció, y pues mi mamá igual tuvo un cáncer”, dice Sandra. “Se sabe que el cáncer es una enfermedad que es emocional. En alguna ocasión [mi papá] lo leyó en Facebook, vio que las enfermedades se reflejaban también por el aspecto emocional, y sí nos lo externó”.

La queja ante la CNDH pide la reparación integral del daño causado por las violaciones a los derechos humanos de las víctimas indirectas de una desaparición, principalmente asegurar el derecho a la salud y brindar atención médica urgente a quienes padecen enfermedades graves como cáncer avanzado. Los familiares señalaron que la CEAV les negó el apoyo por considerar que no existe un “nexo causal” entre la desaparición de sus parientes y los problemas de salud que desarrollaron.

De acuerdo con la Ley General de Víctimas, la CEAV es la instancia encargada de ofrecer atención psicológica, médica y legal a familiares que enfrentan la desaparición de un ser querido. El derecho de atención significa satisfacer y garantizar “necesidades de alimentación, aseo personal, manejo de abastecimientos, atención médica y psicológica de emergencia, transporte de emergencia y alojamiento transitorio en condiciones dignas y seguras, a partir del momento de la comisión del delito o de la violación de los derechos”, se lee en el artículo ocho de la ley.

El problema, dice Valeria Moscoso, psicóloga de formación y especialista en acompañamiento psicosocial, es que el “hecho victimizante” —en este caso, la desaparición forzada— es un concepto legal que no evidencia el impacto multifactorial del crimen en la vida de las familias.

Las abogadas Evelyn Barrera e Itzel Sánchez llevan el caso de las once familias como parte de la organización Idheas; ambas coinciden con Moscoso en la dificultad de comprobar que una afectación de salud física puede ser causada por la desaparición. Barrera explica que jurídicamente han tratado de impulsar que las autoridades se rijan por el principio pro persona; esto es, ante la imposibilidad de constatar la relación de causa y efecto, aplicar la norma o interpretación más favorable para el o la denunciante. De este modo, la CEAV está obligada a garantizar el derecho a la salud.    

El 21 de abril de 2021, apenas seis días después de que los familiares presentaran la queja, la CNDH emitió una serie de medidas cautelares para la protección del derecho a la salud de las víctimas, en las que determina que la CEAV debe cumplir medidas específicas de reparación y atención para cada una de las once personas que se sumaron al reclamo. 

La CEAV contestó, según Barrera, con un oficio en el que afirmaba haber brindado la atención médica, acompañado de un expediente de cada uno de los casos, y de correos a manera de prueba, en los que las víctimas solicitaban ser atendidas, o eran canalizadas al médico del organismo. 

Debido al incumplimiento de la CEAV y a la negativa de darles atención, las familias decidieron llevar su lucha, con la representación de Idheas, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) el 17 de marzo de 2022, cuando se realizó la audiencia pública “Situación del derecho a la salud de las y los familiares de las personas desaparecidas en México”. 

En un estudio realizado por Idheas a 155 familiares de personas desaparecidas (88 por ciento mujeres) a principios de 2022, difundido en dicha audiencia, el 77 por ciento aseguran que su salud física y mental era buena antes de la desaparición, lo que cambió tras el hecho criminal, pues el 78.7 por ciento —122 personas— desarrollaron una enfermedad crónica.

De las 155 personas, 73 acudieron a la CEAV para solicitar apoyo médico, y solo a 25 personas se les brindó el servicio. La mayoría de los encuestados, de acuerdo con el estudio, aseguran que el organismo es “omiso” en cuanto a estas peticiones, les niega los servicios de salud bajo el argumento de la falta de recursos, y se justifica diciendo que los padecimientos no tienen relación directa con el hecho victimizante.

Ante la CIDH, los psicólogos Carlos Beristain y Perla Guerra respaldaron las exigencias de las familias, al reconocer la existencia de enfermedades y afectaciones físicas derivadas de la desaparición de un ser querido y del largo proceso de búsqueda. 

En la audiencia pública, en la que Idheas pidió “replantear la interpretación del nexo causal entre el hecho victimizante y las afectaciones a la salud de las víctimas indirectas”, la CIDH dio la razón a los once denunciantes y, pese a que la Segob —la CEAV no se pronunció— aceptó “la ausencia del Estado en la atención de salud a las familias de las personas desaparecidas”, se comprometió a atender las demandas y anunció que realizarían mesas de trabajo con familiares, nada de esto se ha concretado. 

Al preguntar a la CEAV sobre el cumplimiento de los compromisos establecidos en 2022, su enlace de prensa respondió que estaban “trabajando en temas diversos”. E​​l 27 de julio de este año, Idheas denunció en un comunicado que el organismo respondió a una solicitud vía transparencia sobre los apoyos médicos y psicológicos proporcionados a familiares de personas desaparecidas negándoles  la información. 

 

 

El ciclo del estrés

Nayelli Guarneros dice que llegó al límite cuando se dio cuenta de que se le habían roto los dientes. No se cayó ni le pegaron: ella misma se los quebró al apretar con fuerza la mandíbula a causa del estrés y la tensión que empezó a acumular desde que su esposo Sergio Rueda desapareció el 10 de julio de 2019 cerca de Orizaba, Veracruz. Sergio viajaba con su hermana Liliana a pagar un rescate para que liberaran a cinco trabajadores secuestrados de su empresa. Ninguno regresó y su cuñado Marcelo, esposo de Liliana, enfermó de anemia después de la desaparición. 

Araceli Martínez Moreno y Roberto Emmanuele Mercadillo Caballero, del Centro de Sueño y Neurociencias de la Universidad Autónoma Metropolitana, explican que estos padecimientos pueden ser causados por el ciclo del estrés. Para entender la afectación física hay que comprender primero el golpe emocional, el factor estresante que, si se mantiene durante mucho tiempo, provoca depresión, insomnio, pesadillas, ansiedad y estrés postraumático. 

Diez familiares de personas desaparecidas entrevistadas para este reportaje mencionan distintos padecimientos surgidos desde que comenzaron la búsqueda de sus seres queridos: irritación en la piel, alteraciones del sueño, problemas gástricos, bruxismo y, en algunos casos, cáncer, principalmente de mama, útero y pulmón. Aseguran que, tanto parientes como integrantes de sus colectivos, tienen las mismas dolencias; la mayoría sufre insomnio, ansiedad, problemas de presión y trastornos metabólicos.

María de Jesús Cortés Martínez, mamá de Karla Gabriela Macías Cortés, desaparecida en Tlajomulco, Jalisco, el 21 de julio de 2017; Celia García Pacheco, esposa de Miguel Ángel Rodríguez Nieva, desaparecido el 24 de abril de 2012 en Nogales, Veracruz; Susana Sedano Posadas, hermana de José María, desaparecido en la ciudad de Puebla el 2 de abril de 2008, y María Isabel Cruz Bernal, madre de Yosimar García Cruz, desaparecido el 26 de enero de 2017 en Culiacán, Sinaloa, comparten haber enfermado tras la desaparición de su familiar, debido al estrés prolongado de no saber dónde está, la revictimización de los procesos burocráticos, el aislamiento social por dedicarse a las labores de búsqueda, y los cambios drásticos en su vida diaria.

Mercadillo, especialista en neurobiología, explica que el origen del problema está en el circuito del estrés, entendido como la ruptura del equilibrio en el cuerpo. Cuando una persona experimenta una situación de estrés genera una respuesta fisiológica o psicológica; por ejemplo, si cree que será víctima de un asalto o que la están persiguiendo, la reacción se da en el sistema nervioso periférico, que está constituido por nervios y se extiende por todo el cuerpo. Se tensan los músculos, se aceleran los latidos, y la persona se prepara para atacar o huir. El agente estresante o estímulo nocivo produce además la activación del sistema nervioso simpático: se dilata la pupila, hay una relajación de los bronquios, el hígado aumenta la liberación de glucosa.

La búsqueda de una persona desaparecida, al prolongarse en el tiempo, genera un estrés crónico en los familiares que afecta a su salud. Si el factor estresante permanece puede generar un trastorno mental, causar ansiedad, estrés postraumático, debido a la alteración producida por el impacto emocional, y mantener elevado el cortisol, la hormona del estrés, lo que afecta al sistema inmunológico y a largo plazo puede provocar úlceras gástricas y erupciones en la piel.

Los especialistas explican que un estado de ansiedad y depresión muchas veces lleva también al aislamiento o la modificación de las interacciones sociales. Muchos familiares han compartido que sus círculos de amistades y gente cercana cambian, se reducen conforme avanza el tiempo. Las personas dejan a un lado aquello que les provoca placer y, para sustituirlo, empiezan a consumir sustancias como el azúcar, que activa el sistema de recompensa del cerebro.

Con un consumo de azúcar constante, el corazón late más rápido, los niveles de glucosa se desequilibran, se desarrolla diabetes, sobrepeso, hipertensión, se altera el ciclo del sueño. Las personas pasan las noches desveladas, duermen a ratos en el día y esto modifica también el ciclo de la alimentación, generando problemas gastrointestinales.

“Si ya estamos de por sí teniendo este factor de estrés que produce o abona en la generación de este tipo de alteraciones y sumamos que no tenemos un adecuado descanso, y además se mantienen estos niveles de cortisol elevados porque ya hay ansiedad o estrés postraumático, entonces todo el organismo se ve envuelto en esta cadena y en esta cascada de alteraciones. Este círculo sigue si no podemos descansar adecuadamente, no se puede restaurar nuestro cuerpo y entonces se mantienen elevados estos niveles de estrés”, explica el neurólogo.

Si la persona no puede dormir bien, el cerebro se mantiene en un estado de alerta constante, lo que implica una respiración agitada, un latido cardíaco elevado, y mantener el cuerpo en tensión. La prolongación de este estado, explican Mercadillo y Martínez, genera problemas como fibrosis muscular. Como no hay una restauración adecuada del organismo por la falta de sueño, enfermedades para las que existe una predisposición genética, como el cáncer, la diabetes o la artritis, salen a flote, porque el sistema inmunológico ya no es lo suficientemente fuerte para proteger a la persona.

Eso le pasó a Cruz Bernal, fundadora del colectivo Sabuesos Guerreras de Sinaloa. Cuenta que antes de la desaparición de su hijo Yosimar su salud “estaba impecable”, pero después el deterioro de su cuerpo se aceleró. Su cabello se llenó de canas, le diagnosticaron diabetes, y en 2020 le detectaron cáncer en la matriz. 

“Fue como una bomba, porque tú no lo aceptas. Yo me decía: no puedo enfermarme, debo estar bien porque tengo que encontrarlo, tengo que buscarlo”, señala. “Con las búsquedas yo pensaba que fortalecía mi cuerpo, porque era caminar y caminar, sin saber que estaba generando otro daño colateral que era el cáncer, que ya se estaba formando dentro de mi vientre. Fue un bombazo de agua helada saber que tenía cáncer y que me tenían que operar”.

 

 

‘Nos estamos enfermando’

Santiago Pérez Becerra, fundador del colectivo Familias Unidas por Nayarit, encontró a su hijo Santiago Eloir Pérez Reyes en una fosa clandestina que localizó, sin ayuda de las autoridades, el 6 de abril de 2019. Su hija Alejandra cuenta que se cayó en esa fosa, de 4.5 metros de profundidad, mientras recuperaba restos humanos. Santiago realizó durante 19 días labores de exhumación, sin descanso; casi nueve meses después recibió los restos de su hijo. Al poco tiempo empezó con unos dolores fuertes en la espalda, que calmaba con inyecciones; fue diagnosticado con una hernia discal e imposibilidad para caminar. Necesitaba una cirugía urgente que costaba más de 250,000 pesos, pero la CEAV le negó la atención médica. Forma parte del grupo que presentó la queja ante la CIDH.

A Alejandra le dijeron en la CEAV que, para recibir el apoyo, debía comprobar que las afectaciones a la salud y el daño en la espalda que sufría su padre eran derivados del “hecho victimizante”. 

“Y yo vuelvo a decir aquí: si buscar a su hijo por tres años sin descanso, abandonar todo, [y] las 18 fosas que localizó, los 128 cuerpos que ayudó a regresar, el excavar con sus propias manos y con pico y pala la fosa clandestina donde encontró a su hijo, no es derivado del hecho victimizante, entonces que alguien, carajos, venga de otro universo a decirme qué es entonces el hecho victimizante”.

En el colectivo de Nayarit, el mismo que fundó su padre, hay otros casos en los que la relación de los padecimientos de salud con la desaparición no es tan clara como sucede con Santiago. Familiares y especialistas coinciden en que un gran problema que persiste es la falta de reconocimiento de las afectaciones emocionales y, sobre todo, el cuidado de la salud mental en el país. En palabras de Alejandra, la falta de atención psicológica también deriva en enfermedades; así lo ha vivido y lo ha visto también en sus compañeras buscadoras. 

“Nos estamos enfermando, las estadísticas más altas que te vas a encontrar son cáncer, diabetes, presión [alta] y enfermedades respiratorias, afectaciones a la espalda”. En su caso, la ayudó tomar terapia con una psicóloga, pero aun así enfrenta padecimientos: pese a que tiene 37 años, dice, su salud es la de alguien de casi 60. 

Otras enfermedades pueden surgir de la búsqueda en campo. Una de las principales herramientas que se utilizan es la varilla, que se hunde en el suelo y, después de sacarla, se huele la punta, ya que un olor fétido indica la probable existencia de restos humanos. A Araceli Salcedo Jiménez, mamá de Fernanda Rubí Salcedo Jiménez, desaparecida el 7 de septiembre de 2012 en Orizaba, Veracruz, le prohibieron usarla, pues contrajo una bacteria de cuerpo cadavérico que se le alojó en el riñón. 

Este padecimiento es claramente derivado de la desaparición de su hija. Así lo ha reconocido la CEAV, pero no sucedió lo mismo con el cáncer de garganta que padeció la buscadora, quien tuvo que hacer colectas para pagar una riesgosa cirugía.

“A mí me decían, no, a mí dame un documento del médico que me diga que tu cáncer es derivado de la desaparición de Rubí. Y es algo revictimizante que te hagan eso, porque déjame decirte que, para empezar, yo no pedí que desaparecieran a mi hija, yo no pedí estar en esta situación”.

A Araceli, demandante también ante la CIDH, le parece “muy triste” que las autoridades sigan “minimizando la causa de los desaparecidos, minimizando la lucha de las mamás”, que pueden perder la vida de forma violenta o por enfermedad al hacer un trabajo de búsqueda que es responsabilidad del Estado, pero continúa sin realizar.

El 21 de mayo de 2023 falleció Herminia Valverde, quien buscaba a su hija Mariela Vanessa Díaz Valverde, desaparecida el 27 de abril de 2018. Herminia, integrante del colectivo Hasta Encontrarles, falleció por complicaciones causadas por el cáncer que padecía desde hacía tres años; la madre buscadora ya había solicitado atención médica por su calidad de víctima, sin tener respuesta. En redes sociales sus compañeras denunciaron que “Herminia enfermó por la desaparición de su hija y por la omisión de las instituciones”.

 

Con información de Paloma Robles.

www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).

 

 

 

En tu memoria, Carmen, vinieron a ofrecer su corazón

                                                                              Foto:  Aldo F. Márquez Nava

 

Clementina Nava Pérez 

Esta noche la casa del Centro de Apoyo a la Mujer (CAM) lució hermosa, así como le gustaba verla a Carmen que siempre tuvo cuidado de la estética, lució radiante de flores, limpia, luminosa; ella decía que tenía que ser una casa digna para las mujeres y también en eso puso su mayor empeño. Y no faltaba más, esta noche sería digna para homenajearla, para darle merecida celebración por parte de su familia, sus amigas y amigos, compañeras y compañeros que compartieron ideales y lucha feminista. Ellas y ellos, puntual y generosamente acudieron a celebrar la vida de Carmen, su trayectoria, su trabajo consistente en defensa de los derechos de las mujeres, fueron a aplaudir la existencia de la feminista que congruente con sus ideales, ofrendó cerca de 40 años al trabajo para la eliminación de la violencia, y lo hizo desde este Centro.
La emotividad y la tristeza estuvieron a flor de piel, pero también en esos rostros familiares y de amigas y amigos presentes hubo alegría al ver en síntesis la vida de Carmen; su trayectoria fructífera, convencidos que fue una existencia plena.
Conforme transcurrió el homenaje, la tristeza se tornó en cohesión, en el pensamiento unánime de pertenencia a esos ideales aunque Carmen ya no esté, porque su lucha ha trascendido. El vacío de su ausencia que, al decir de algunos presentes, se sintió desde la llegada misma al CAM, pronto se llenó de ese momento mágico de pensamiento unificado para Carmen, recordando en su historia de vida cómo se fueron perfilando sus convicciones feministas, sus convicciones políticas comprometidas para crear otro mundo posible, y luego, el impacto de su lucha y su trabajo feminista en la sociedad colimense y su trascendencia en México e incluso a nivel internacional, para lograr cambiar la situación de las mujeres. Cuando se presenta la vida de Carmen en esa síntesis audiovisual, con imágenes de archivo de la familia y del CAM, y con la voz de la actriz y dramaturga Carmen Solorio, que es sólo una brevísima memoria de lo hecho, redimensionamos lo que su actuar deja, lo grande de su perseverancia y trabajo productivo durante cerca de 40 años.
Como maestra de ceremonias, la doctora y poeta Ada Aurora Sánchez, con la calidez y forma metafórica que la distingue, llevó el hilo conductor del homenaje, que desde el inicio fue embellecido con el canto de Mariana del Rocío Corona, y el fino sonido de la guitarra de Miguel Ángel de la Mora, excelentes soprano y músico, que interpretaron canciones de Violeta Parra, Juan Luis Guerra, Edith Piaff, dando así en nombre de Carmen, Gracias a la Vida, que le dio tanto; ofreciéndole con una bachata, una rosa que encontraron en el camino, haciéndonos llorar con Alfonsina y el mar y La vida en Rosa. Qué momentos cargados de simbolismo y de amor para Carmen, y por qué no, también para quienes ahí estuvimos.
El reconocido compositor y cantante René Hernández Corona, distinguió también el homenaje con la poesía de Miguel Hernández hecha canción, Para la Libertad, piedra angular de los principios y la actividad feminista de Carmen por la que luchó hasta el final de sus días, y con Razón de vivir, de Víctor Heredia, que nos da esa pasión de existir poniendo los principios por delante.
Momentos emotivos fueron también las intervenciones de sus amigas feministas entrañables Irma Saucedo, investigadora del Colegio de México y asesora del CAM durante muchos años, así como de Carmen Magallón, cofundadora del Colectivo Feminista de Colima, mujeres de experiencia y conocimiento sobre la problemática de las mujeres, que pusieron en relieve las principales aportaciones de Carmen en México y a nivel internacional, en la búsqueda de metodologías para la atención de las mujeres violentadas, y más allá de eso, en la búsqueda de las estrategias para enfrentar la violencia contra las mujeres.
Para ir cerrando el homenaje, con la metafórica escritura que lo caracteriza, el historiador Héctor Porfirio Ochoa Rodríguez, con el texto dedicado a Carmen que tituló Acero y terciopelo, de manera poética nos revela aspectos de la personalidad de Carmen, su fuerza feminista, su voz de terciopelo: “El acero es capaz de conservar sus cualidades después de ser sometido a grandes esfuerzos, pues, en buena medida, resiste a la acción de fuerzas externas, sin romperse. Carmen era, si se me permite la metáfora, como esa aleación formada de hierro y carbón, dotada de la capacidad para mantener la defensa de los principios que le daban sentido a su propia existencia. El hierro de la vida y sus rigores, le dio la consistencia estructural; el carbón, mineral más abundante en la naturaleza, el ímpetu y la maleabilidad; la combinación de ambos, la solidez, la constancia, la firmeza”.
Y ya en el cierre de las intervenciones, Martha Nava Pérez y Tina Nava Pérez, agradecieron en nombre de la familia la generosa participación de las y los presentes, a las y los integrantes de la asociación civil y a su presidenta la maestra Socorro Arce, a quienes con su canto y su música, sus palabras dirigidas a Carmen; también a quienes con sus donativos de diversa especie hicieron posible este momento; a Maya Vite, Martha Nava y Agustín Márquez, que con su trabajo hicieron que el CAM luciera de tal forma.
En el homenaje, dentro de la tristeza cupo el gusto, la alegría de coincidir en el tiempo de Carmen, en su lugar. Y entonces se cierra el momento mágico cantando con Mariana Corona y Miguel Ángel: “Coincidencias tan extrañas de la vida. Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio, y coincidir”, coincidencia que fue celebrada de pie, con un minuto de sentido aplauso para María del Carmen Nava Pérez. ¡¡Qué fortuna haber sido parte de su existencia en esta tierra!!.

 

                                                           Fotos:  Aldo F. Márquez Nava

 

 

 

Reconoce AMLO búsqueda casa por casa de personas desaparecidas; temen rasuramiento de registro

Andrés Manuel López Obrador durante su conferencia matutina del 31 de julio, en la que aseguró, sin dar cifras, que las visitas a los domicilios han permitido encontrar a “muchas” personas desaparecidas. (Mariam Guerrero/ObturadorMX)

 

Por Lucía Flores y Germán Canseco

Mientras el gobierno de Andrés Manuel López Obrador emprende el “programa de búsqueda” casa por casa para actualizar el censo de personas desaparecidas, crecen las quejas de los familiares de víctimas que han enfrentado visitas a sus viviendas —en un caso con la presencia de la Guardia Nacional—, procedimiento que no ha aclarado la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) y que colectivos califican como revictimizante. 

En su conferencia matutina del 31 de julio, López Obrador confirmó que las visitas de funcionarios de la CNB y de las comisiones estatales a familiares forman parte del nuevo censo “confiable” que anunció a principios de junio y que, previó, estará listo en “tres meses”. Ni entonces ni ahora se ha informado cuál es la metodología para elaborarlo.

Desde que A dónde van los desaparecidos publicó las denuncias de que personal de las comisiones de búsqueda de Veracruz, Coahuila y Durango acudían a casas de familiares de víctimas y les informaban que su pariente aparecía en un padrón como vacunado contra el covid-19, la CNB no ha respondido a las solicitudes de entrevista de este medio. Esta semana han crecido las quejas de que ese modus operandi se repitió en otros estados, como Hidalgo y Aguascalientes, y colectivos de familiares han manifestado su temor de que haya un rasuramiento del registro actual.

Según Jacobo Dayán, investigador e integrante del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, lo que quieren hacer es reducir artificialmente el número de personas desaparecidas. En entrevista agregó que la orden y la presión para que esto suceda viene “de arriba”, en alusión al presidente.

La lógica con la que este gobierno, al igual que los dos anteriores, pretende depurar el padrón sería: “Si se vacunó [contra el coronavirus], si [la persona buscada] tiene un programa social, quítalo de desaparecido y ponlo que apareció vivo”.

Respecto a la metodología, Dayán señaló que “la CNB iba a emitir un comunicado de todo este procedimiento que está echando a andar, pero no se lo permitieron porque no quisieron decir cómo van a dar de baja esos registros [de desapariciones]”.

Tras la inquietud que generó la noticia del uso de los registros de vacunación, en su conferencia matutina López Obrador aseguró que la búsqueda casa por casa —surgida de los casos que arroja el cruce de distintas bases de datos—  ha permitido a su gobierno localizar “un porcentaje considerable” de personas registradas como desaparecidas, aunque no precisó cifras.

La opacidad ha sido el sello de la administración obradorista respecto al registro de las desapariciones. Desde la publicación del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), la CNB, dirigida por Karla Quintana, ha negado la entrega completa de la base de datos, tampoco ha dado a conocer su metodología y, apenas en abril pasado, tras un retraso de tres años, emitió los lineamientos que deberían guiar a las autoridades para cargar la información. 

Desde que López Obrador asumió el poder en 2018, el número de desapariciones en México ha ido en aumento. El sexenio de Felipe Calderón Hinojosa terminó con 17,082 personas desaparecidas y no localizadas, mientras que el de Enrique Peña Nieto con 34,656. Actualmente la suma rebasa los 110,000 casos. En proporción, en este sexenio desaparece una persona cada hora

De acuerdo con el presidente, el personal que acude a los domicilios está capacitado en derechos humanos, pero este medio, además de las denuncias publicadas, ha documentado nuevos casos que señalan lo contrario. 

Inspección con todo y Guardia Nacional

El pasado 19 de febrero, funcionarios de las comisiones estatal y nacional de búsqueda, acompañados de elementos de la Guardia Nacional (GN), acudieron al domicilio de Óscar Muñoz Aguilar en el estado de Hidalgo. Le dijeron que su hijo Óscar Javier Muñoz Cortés se había vacunado contra el covid-19; por tanto, había sido localizado. Debía estar en su hogar. Ante la respuesta del padre de que Óscar permanecía desaparecido desde 2008, los funcionarios inspeccionaron la casa para cerciorarse de que no fuera una mentira. 

“Yo necesito que ustedes [los funcionarios] me hagan favor de darme la información de en qué ciudad se vacunó, en qué lugar”, les pidió Óscar. “Me dijeron que sí, inclusive que en menos de ocho días iba a tener una respuesta”.

Pero eso no ocurrió. “¿Qué finalidad tienen de venir a lastimar a la familia con una posibilidad de vida? Es una burla, es  volvernos a hacer pasar lo que hemos estado viviendo durante estos 14 años 7 meses 21 días que lleva hoy desaparecido mi hijo, y que en cada momento está presente: sus gustos, su música; no se vale”, dijo María Candelaria Cortés, madre del joven desaparecido. 

Al enterarse de la supuesta vacunación, ella dio gracias a Dios por haber tenido señales de vida de su hijo. La “noticia” le renovó la esperanza de encontrarlo.

El 28 de noviembre de 2008, Óscar Javier, estudiante de gastronomía de 21 años, salió con unos amigos a un bar de Pachuca; alrededor de la medianoche, dos patrullas cerraron el paso a su vehículo. Los agentes dijeron que habían recibido el reporte de que estaban tomando en la calle. Un policía municipal entregó al joven a un grupo criminal. Desde entonces no se sabe de su paradero.

Los dos funcionarios de la CNB y el integrante de la Comisión de Búsqueda de Personas del Estado de Hidalgo (CBPEH) que acudieron al hogar de los padres de Óscar Javier no han vuelto a comunicarse y con el tiempo dejaron de responder las llamadas de la familia. El titular de la CBPEH Abel Rodrigo Llanos Vázquez también les prometió obtener información, pero el resultado fue el mismo: cero respuestas.

María Candelaria llamó incluso a un teléfono de la CNB que le facilitaron en la comisión estatal. Quería preguntar sobre la vacunación de su hijo. “El [funcionario] de México me dijo que podía ser un homónimo; le dije: no se atreva a venir a mi casa con camionetas oficiales impactantes, porque iban de la comisión y venían con una de la Guardia Nacional, que impone. Los vecinos han de pensar que somos delincuentes, porque al ver entrar una camioneta así van a decir pues estos qué. Y le dije, no me venga a decir que no sabe dónde se vacunó”.

Ficha de búsqueda de Óscar Javier Muñoz Cortés, desaparecido a los 21 años. Funcionarios de la CNB aseguraron a sus padres que se había vacunado contra el covid-19, pero desconocían en qué ciudad.

 

Para Dayán, el cruce de bases de datos oficiales para buscar a personas desaparecidas es una buena idea, pero el problema está en la ejecución. “La CNB le manda esto a las comisiones de búsqueda locales y a las fiscalías locales, que tendrían que tener gente capacitada para analizar caso por caso” 

La madre de Óscar Javier lamenta no haber podido anotar los nombres de las otras personas desaparecidas de la lista que incluía a su hijo y que le mostraron, pero recuerda que eran ocho hombres y dos mujeres, cada uno con un número de folio. “Cuando quise anotar el folio, me dijo [uno de los funcionarios] que no podía porque eran datos personales. Lo que sí le dije fue que ellos nos venían a dar la esperanza de vida porque mi hijo ya tiene más de 14 años desaparecido, y que se diera cuenta [de resultar falso] del daño que estaba haciendo”.

La lista de personas “localizadas” enviadas por la CNB a las fiscalías estatales son resultado del cruce entre el registro de personas desaparecidas en la entidad con la base de datos de la vacunación contra el covid-19. En el documento aparece la ciudad en que se vacunaron, pero no la sede. 

Este medio tuvo acceso a una copia del listado de casos de desaparecidos presuntamente vacunados que manejó la fiscalía del estado de Coahuila, y que le fue proporcionada por la CNB, que cuenta con 95 nombres. 

El archivo incluye también datos como el nombre completo, la edad, el CURP, la dirección, el teléfono, la fecha de vacunación, la dependencia que inició la denuncia por desaparición, el número de expediente, y observaciones como que la persona continúa sin ser localizada, o que la fecha de vacunación es anterior a la de desaparición. 

Lista enviada por la CNB a la fiscalía de Coahuila. Se protegieron los datos de las personas mencionadas en este archivo. (Especial)

 

Precisamente, los trámites que debían seguir las personas para su vacunación, como presentar documentos que acrediten su identidad, fueron los que más confusión causaron en las familias. 

Tras la desaparición de Óscar Javier, sus familiares tuvieron que dejar su casa, pero los funcionarios llegaron a su dirección actual. 

“Nos cambiamos por seguridad, nos fueron a aventar una granada. Fue el Ejército con armamento a revisar, pero se equivocaron de casa y se metieron a la de unos vecinos, entonces nos cambiamos de ahí, pero mi hijo tenía ese domicilio [anterior]”, explicó el papá de Óscar Javier. 

De acuerdo con la titular de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), Martha Yuriria Rodríguez Estrada, a las personas representadas por el organismo que han recibido visitas de funcionarios de la CNB para informarles de la “localización” de sus seres queridos se les brindará asesoría jurídica si lo solicitan —ya tienen registro de dos casos— y atención psicoemocional. 

“Son acciones que sabemos que tienen que estar acompañadas de un proceso de sensibilización y acompañamiento para las víctimas”, dijo en entrevista.

También se le informó a los familiares, agregó, que podían emitir una queja ante el órgano interno de control sobre la actuación de los funcionarios que llegaron a sus casas: “Sí tuvo que ver con un tema procedimental, principalmente, porque debe haber existido un protocolo”.

Familias exigen suspender censo

El Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México (MNDM) —que reúne más de 60 colectivos de familias buscadoras—, en un comunicado del 31 de julio califica las visitas de la CNB a los domicilios de familiares como revictimizantes. “Consideramos”, señala el documento, “que llegar con familias dos años después de tener un indicio de localización, como la aplicación de una vacuna en 2021, no habla de búsqueda efectiva sino de búsqueda profundamente tardía, y evidencia que las instituciones no se comunican entre sí”.

Alerta sobre el hecho de que el “nuevo censo” es en realidad una actualización del RNPDNO, y la estrategia parece diseñada para confirmar los casos en los que se presume la localización, con el propósito de disminuir las cifras del registro. El MNDM solicita que se suspenda la elaboración del censo hasta informar a los familiares la metodología que están aplicando.

En el comunicado exige que “se haga público el procedimiento de depuración de información y la forma en que están levantando el padrón de personas desaparecidas, toda vez que sabemos se está yendo a preguntar en los domicilios de las personas desaparecidas si viven allí, o en su defecto se aclare esta situación que causa extrañeza e indignación a las familias de personas desaparecidas”.

El Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México pidió que el gobierno federal suspenda la elaboración del censo de personas desaparecidas hasta informar a los familiares sobre la metodología que aplican.

 

Pero no solo funcionarios de la CNB acuden a las casas para verificar las supuestas localizaciones, también los acompañan integrantes de la Secretaría de Bienestar (SB).

Una camioneta blanca se estacionó afuera de la casa de María Elena Vidal en Aguascalientes. Dos hombres tocaron a su puerta para decirle que personal de la CNB y de la SB estaban haciendo recorridos tanto en la ciudad como en el estado “con la finalidad de encontrar al mayor número de personas [desaparecidas] con vida”, se escucha en una grabación que se tiene de esa conversación.

“Regularmente no preguntamos ni domicilio ni nada; simplemente para nosotros es llegar, saber si todavía siguen desaparecidos, para seguir haciendo la labor, o si ya los encontraron. Tomar esas muestras y tomar esas pruebas de vida, y subirlas a la plataforma para eliminarlas”, le explicó un funcionario.

Preguntaron a María Elena si su hijo tenía 11 años de edad en el momento de su desaparición. Hugo Alberto López Vidal fue visto por última vez el 24 de abril de 2007, cuando tenía 19 años. Trabajaba junto a otras seis personas en labores de albañilería en el antro Maverick, y un grupo delincuencial se los llevó. En 16 años, no ha habido avances en la investigación.

Cuando María Elena les dijo que esa no era la edad de Hugo Alberto, los funcionarios respondieron: “¿Su hijo de qué caso es? Todavía nos aparece vigente el reporte [de desaparición]; como aparece vigente, desde la Ciudad de México en coordinación con la secretaría local [de Bienestar] los estamos yendo a buscar a los domicilios”.

“No hay una metodología”, lamentó Javier Espinosa, quien busca a su hijo Francisco Javier Espinosa, desaparecido también en el “caso Maverick”. “No pensaron en las víctimas, no visibilizaron más allá de lo que podría ocurrir con una base de datos así y, sobre todo, la empezaron a compartir como pan caliente y con una certeza de que ya encontramos y vamos a encontrar mucha gente y no es así”.

El personal que acudió con la mamá de Hugo Alberto dijo que, al tener un reporte de desaparición, cumplía con realizar la visita. “[Se busca] conocer si la persona se encuentra bien, si no está, o en su defecto hacer un levantamiento. Nos piden que levantemos una pequeña entrevista para tener datos, pues realmente tratamos de recabar el mayor número de indicios”.

Uno de los funcionarios precisó a la familia que en las visitas participan la fiscalía, las comisiones de búsqueda nacional y estatal, y la Secretaría del Bienestar, y que existe el acuerdo de que, aunque los gobiernos sean de partidos distintos, se comparta la información.

“En Bienestar conocen todos los programas, tanto de estudiantes de becas como de vacunas, apoyos para discapacidad, adultos mayores, madres solteras; conocen y dominan las áreas, los distritos, las colonias, conocen incluso a la gente, ese es el motivo de por qué estamos trabajando en conjunto”, se escucha en la grabación.

A la familia le aseguraron que la información que se recaba es cotejada con la fiscalía, sin especificar si la local o federal, y con la policía ministerial, que son las encargadas, dijeron, de continuar las búsquedas con los datos recolectados. Al terminar su visita, solicitaron a María Elena su número de teléfono y quedaron en comunicarla con “las autoridades encargadas de darle resolución a esto”. Hasta el momento, nadie se ha puesto en contacto con ella.

Ficha de búsqueda de Hugo Alberto López Vidal, desaparecido cuando tenía 19 años. Los funcionarios que acudieron al domicilio de sus familiares tenían errónea esta fecha.

 

Investigación pendiente

Una de las dudas que el gobierno no ha resuelto es en qué sede se vacunaron las personas desaparecidas que presuntamente recibieron la dosis, así como el nombre del biológico suministrado. Al respecto, Dayán consideró que la CNB y las comisiones estatales de búsqueda “tendrían que hacer una investigación [de quienes presuntamente fueron localizados], cosa que no están haciendo porque no tienen ni personal calificado; entonces, lo peor del asunto es la presión por resolver esto”. 

Para Juan Carlos Trujillo Herrera, quien busca a sus cuatro hermanos desaparecidos: Raúl y Jesús en 2008, y Gustavo y Luis Armando en 2010, y forma parte de la Red de Enlaces Nacionales  —integrada por más de 160 colectivos de búsqueda de personas—, las acciones del gobierno federal muestran que “el Estado mexicano no tiene ruta, no tiene estrategia. Cualquier acción no pensada de una institución de este nivel, responsable de garantizar la búsqueda digna de las personas y que, en lugar de dar un paso adelante, vulnera de esta manera a las familias, es detestable”.  

Lamentó que al informar a los familiares de que sus seres queridos ausentes fueron vacunados les generen “la esperanza de que están vivos”, pero sin darles ninguna prueba.

Desde el gobierno federal optan por el silencio. A la Secretaría de Salud se le solicitó desde el 19 de julio una postura sobre este tema, sin que se haya tenido respuesta. La CNB no ha contestado a reiteradas peticiones de entrevista. También se pidió una cita con el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, pero hasta la fecha no se ha concretado. 

www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).

Germán Canseco estudió fotografía en la Escuela Activa de Fotografía. Trabaja en la revista Proceso desde hace más de 25 años, en la que ha realizado coberturas como el conflicto armado del EZLN en Chiapas. Desde hace once años documenta el movimiento de desaparecidos en México.

Lucía Flores es egresada de la carrera de Ciencias de la Comunicación con especialización en Comunicación Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y es fotógrafa desde hace 8 años. Actualmente trabaja en El Financiero, colabora en A dónde van los desaparecidos, y es fundadora de Obturador MX.

 

 

Desde un centenar hasta 35,000: las cifras de la desaparición de migrantes

                                                                               Foto: A Dónde van los desaparecidos

 

 

Nadia Romero Luna 

A cuatro años de la creación del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) no existe claridad sobre el número de personas migrantes desaparecidas en México. Según la fuente que se consulte, las cifras oscilan desde poco más de un centenar hasta 35,000 personas, lo que complica el proceso de búsqueda e impide visibilizar el alcance de la desaparición de migrantes en el país. 

“No hay datos exactos de cuántas personas están desaparecidas desde hace muchos años. La Comisión Nacional de Búsqueda [CNB, que gestiona el RNPDNO] no tiene un registro claro porque no quieren reconocer que en México están desaparecidas las personas migrantes, y esa ha sido nuestra exigencia”, dice en entrevista Ana Enamorado, activista y madre hondureña que busca a su hijo en México desde hace más de diez años.

Al revisar los datos del RNPDNO bajo la categoría de “Migrantes desaparecidos”, de 2008  —año en que repunta la violencia en el país por el combate al narcotráfico— al primer semestre de 2023, el registro arroja 122 casos de personas provenientes principalmente de Honduras, Guatemala, Nicaragua, Estados Unidos y México, la mayoría hombres (72.99 por ciento). El registro incluye a cinco niñas de menos de 10 años y a 13 menores de entre 10 y 20 años. El número asciende a 137 si se suman las personas inscritas como “no localizadas”.

Estas cifras contrastan con las de organizaciones como la Federación Mexicana de Organismos Públicos de Derechos Humanos, que el año pasado contabilizó 2,000 personas migrantes reportadas como desaparecidas por sus familiares en los últimos 20 años; el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos Amor y Fe, que registró 1,414 casos de Honduras, El Salvador y Guatemala de 2000 a 2022, y el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos de El Progreso (Cofamipro), con 1,600 casos atendidos de 2012 a 2020.

El gobierno mexicano también maneja cifras distintas. En mayo de 2022, la senadora Olga Sánchez Cordero reconoció que hasta esa fecha había estimaciones de 35,000 personas migrantes desaparecidas. En contraste, el pasado 17 de marzo, Angélica Neiszer Lujano, directora de Búsqueda de Migrantes en la CNB, afirmó en  un foro regional sobre desapariciones, convocado por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en América Central, que actualmente hay 1,400 personas migrantes desaparecidas en su tránsito hacia Estados Unidos, sin aclarar el marco temporal. “No quiere decir que sea un total absoluto”, reconoció, “sino que deja ver el problema de subregistro tan fuerte al que nos enfrentamos”. 

Enamorado, al igual que la hondureña Génesis Ramírez y la mexicana Graciela Pérez Rodríguez, también madres buscadoras y activistas, coinciden en que este subregistro revela que las personas migrantes siguen siendo invisibles para las autoridades mexicanas y, en consecuencia, no hay acciones contundentes para enfrentar su desaparición.

Casos en aumento

El primer registro de personas migrantes desaparecidas en el RNPDNO data de 2003. Ocurrió en Chiapas, y es un hombre hondureño de entre 35 y 39 años. Desde entonces, las cifras y las nacionalidades no han dejado de aumentar, lo mismo que las entidades donde ocurren estos crímenes. Los estados con mayor número de reportes son Tamaulipas, Ciudad de México, Coahuila, Jalisco, Veracruz y Nuevo León. En 2022 se registraron 63 casos, un significativo incremento en comparación con los 12 del año anterior; de enero a junio de 2023 se han reportado 22 casos.

Este aumento tiene explicaciones multifactoriales. Una es el crecimiento de flujos migratorios al país en los últimos dos años, explica Tomás Martínez Sánchez, doctor en estudios latinoamericanos y académico de la UNAM. Considera que el incremento se relaciona con las políticas de reforzamiento del control fronterizo, a través de agentes de migración y de la Guardia Nacional en el norte y sur del país, como parte de acuerdos de cooperación entre México y Estados Unidos. “Eso implica mayor visibilización del fenómeno; mayores detenciones, etc.”.  

En ese sentido, Jérémy Renaux, coordinador regional del Programa de Protección de Vínculos Familiares del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), agrega que el cierre de los cruces fronterizos aumentó la vulnerabilidad de las personas migrantes, pues ahora viajan en condiciones cada vez más extremas al tener que transitar por rutas inhóspitas, limitando su acceso a mecanismos de protección y asistencia humanitaria.

Para Yolice Quero, oficial nacional de Protección de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) México, el aumento en el número de  personas migrantes desaparecidas puede estar relacionado con los esfuerzos por obtener más y mejores registros, precisando que este objetivo debe traducirse, a su vez, en acciones de búsqueda en vida y en la localización de las personas. 

Yesenia Valdez Flores, coordinadora de Defensa Integral de la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho (FJEDD) —organización que promueve el acceso a la justicia para familias de migrantes víctimas de violaciones a los derechos humanos— destacó la creación del Mecanismo de Apoyo Exterior (MAE), que permite denunciar en Centroamérica la desaparición de familiares en México sin tener que trasladarse al país.

Los retos del registro 

Actualmente, el RNPDNO incorpora datos de la Fiscalía General de la República (FGR), las fiscalías estatales, autoridades ministeriales y diplomáticas de otros países, y denuncias ciudadanas —posibilidad que se abrió  este año—; dispone para su consulta de una versión pública. Pero, como ya se observó, el subregistro es elevado. 

Para Neiszer, el problema radica en que por tratarse de personas desterritorializadas, que están en tránsito, la CNB se “enfrenta” a las distintas jurisdicciones de los territorios, pues las fiscalías estatales no cuentan con un mecanismo homologado para atender casos de personas desaparecidas. Otro problema es la falta de comunicación entre las fiscalías, tanto en México como con sus equivalentes de otros países; no es inusual tampoco que haya denuncias duplicadas. “Esto provoca que la información esté desagregada y dispersa en distintos formatos”, dijo durante su participación en el foro.

La abogada de la FJEDD coincide con el diagnóstico de la funcionaria, y agrega que el impacto de esa descoordinación institucional se refleja en que no hay un acuerdo sobre a quién le corresponde investigar una desaparición ni en qué casos.

Por ejemplo, cuando una desaparición se relaciona con trata de personas es investigada por la FGR, y la CNB no la incluye en su registro. Para Valdez, ambas circunstancias están estrechamente relacionadas, por lo que no deberían dividirse esas diligencias. 

Critica además el hecho de que la comisión no participe en la búsqueda forense. “El cuestionamiento es por qué y cuándo va a entrarle de manera formal y efectiva”. 

Quero, desde la OIM, agrega que la falta de capacitación de autoridades ministeriales y de personal en los consulados, así como el desconocimiento sobre los mecanismos que implementa México en los casos de desapariciones, es otra razón que dificulta una contabilidad más precisa. Martínez  añade que “los datos están incompletos [dentro de las diferentes fiscalías del país] o se llega a denunciar más de una vez el mismo caso”. Esto también es consecuencia de la falta de una metodología única y de criterios homologados de registro en las fiscalías, añade.  

Enamorado reconoce que se ha avanzado en las acciones gubernamentales, pero, al igual que Valdez, observa que la problemática está en lo operativo, una área en la que no advierte grandes cambios, pues las autoridades siguen bloqueando las investigaciones. El subregistro en el RNPDNO no se limita a migrantes, ya que ha sido denunciado por el Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México. Durante su visita al país en noviembre de 2021, el Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU también se refirió a la falta de resultados en la investigación de las desapariciones, expuesta por los colectivos mexicanos de familiares: “Nos han señalado que día a día, en su búsqueda de respuestas y justicia, son víctimas de la indiferencia y la falta de avances”.

Problemáticas que persisten

Los retos para lograr que la desaparición de una persona migrante sea registrada también se explican por su misma condición, afirma Martínez: desde el temor a las autoridades migratorias hasta las dificultades para buscar a alguien desde el extranjero dificultan realizar las denuncias. 

Valdez señala que estas problemáticas son consecuencia de la falta de acceso a la justicia, entendida como el desconocimiento de los mecanismos de búsqueda y el proceso para denunciar una desaparición tanto en el país de origen de la persona como en el que sucedió el hecho, así como la lejanía geográfica de las instituciones en las que se tiene que abrir la causa. También ocurre que no todas las personas denuncian una desaparición, ya sea por miedo a represalias, por falta de confianza en las autoridades, o para evitar el maltrato por parte de ministerios públicos. 

“El acceso a la justicia”, subraya, “sigue siendo un privilegio solamente para aquellos que están relacionados con el tema de procuración de justicia, o bien que tienen la posibilidad de contar con una asesoría”.

Los relatos de las hondureñas Génesis Ramírez y Ana Enamorado ilustran cómo algunos de estos factores complicaron los procesos de búsqueda de su madre y de su hijo, respectivamente. Aunque sus historias remiten a temporalidades y circunstancias diferentes, los resultados son similares y demuestran que las problemáticas expuestas persisten.

Todo rastro de Julia Velásquez Sierra se perdió en México un agosto de 2012, a más de 1,446 kilómetros de su familia y de su país de origen. “Mi mamá huyó de Honduras rumbo a Estados Unidos porque recibió amenazas de muerte”, recuerda Ramírez, que entonces tenía ocho años. El destino llevó a Julia a radicar en Monterrey, donde desapareció junto a su pareja, un hombre mexicano. 

Ramírez, que actualmente forma parte del Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos Amor y Fe, no recuerda el momento en que se dio cuenta de que su madre desapareció, pues pasaron días sin que se comunicara, lo cual no le extrañó en un principio: “Primero pensé que podría estar muy ocupada, luego que podría ser falta de interés; una puede pensar muchas cosas en estas situaciones”. Pasados los días confirmó que en Monterrey ninguno de sus conocidos sabía dónde estaba su madre. 

El registro de una persona desaparecida y su búsqueda también se pueden dificultar debido a que muy pocas veces los reportes ocurren de forma inmediata, ya que a nivel personal procesar que se está enfrentando este delito lleva tiempo. Esto contrasta con el hecho de que, para las autoridades, las 24 horas siguientes a una desaparición son vitales para actuar, precisa Enamorado. 

“En el caso de nosotras, las familias que no somos de México, no podemos activar una búsqueda en 24 horas; para empezar, porque no tenemos una certeza clara de qué está pasando y cómo responder al problema”. 

La madre activista, que lidera el colectivo Red Regional de Familias Migrantes, perdió contacto con su hijo Óscar López un día de enero de 2010, cuando sostenían una llamada telefónica que, minutos después, se cortó de manera abrupta. 

Óscar había partido a Estados Unidos un año antes, pues en Honduras, su país natal, tenía escasas oportunidades laborales. En su camino encontró una propuesta de trabajo en Jalisco, último lugar desde el que contactó a su madre. Hasta la fecha, Enamorado desconoce qué ocurrió con su hijo durante esa llamada y, al igual que Ramírez, cuenta que no reconoció de inmediato que se enfrentaba a una desaparición.

“Yo no entendía si era una desaparición o qué había pasado con él. Y mientras tanto te haces tantas preguntas, y no son horas, son meses y a veces hasta años, cuando decidimos actuar, buscar a una autoridad”, agrega Enamorado. 

Otro factor es el desconocimiento de la ruta a seguir. Cuando Julia desapareció en 2012, Ramírez era una adolescente. Su hermana mayor interpuso una denuncia, pero no tuvo ningún alcance, ya que la hizo ante un policía que no estaba especializado en atender esos casos. “En ese tiempo no sabía que existían la cancillería y el consulado; no teníamos  información de cómo hacerlo”.

Seis años transcurrieron para que Ramírez pudiera recibir asesoría del Movimiento Migrante Mesoamericano, una red de familiares y activistas que coadyuvan en la búsqueda de personas desaparecidas, y en 2022 pudo viajar a México como parte de una de las caravanas que esta ONG organiza desde Centroamérica para que sus integrantes busquen a sus seres queridos. Una década antes, Enamorado también había recorrido el país. 

Hasta ahora, ninguna ha encontrado respuestas; desconocen el paradero de Julia y de Óscar, y el porqué desaparecieron. Ramírez solo tiene una corazonada de lo que pudo haberle pasado a su madre. Relata que, por los días en que Julia desapareció, hubo una masacre en un restaurante: “Mi mamá estaba de turno [sabía que era mesera en la ‘zona caliente’ de Monterrey]. Murieron unas diecisiete personas, ella pudo estar entre ellas”. Ninguna autoridad ha confirmado esta hipótesis.

Cuando Enamorado llegó a México en 2012 enfrentó la falta de capacitación de las autoridades ministeriales para atender su denuncia, agravada por el hecho de que no existía la figura legal de “persona desaparecida”, aquella cuyo paradero se desconoce y se presume que su ausencia está relacionada con la comisión de un delito. “En aquellos tiempos era tan complejo porque las familias estábamos totalmente solas; nos daban la espalda tanto autoridades de nuestros países como las mexicanas”. 

Al respecto, Martínez confirma que, en esa época, en las procuradurías el término utilizado era “persona no localizada”, una figura que aún existe y que identifica a aquella cuya ubicación se desconoce, pero su ausencia no se relaciona con ningún delito. Puede interpretarse incluso, agrega, que esa persona eligió ocultarse, lo que complica que las autoridades atiendan la denuncia como una desaparición. 

En este sentido, la activista Graciela Pérez Rodríguez recuerda que, en su caso, la ausencia de la figura legal de persona desaparecida fue usada como argumento para no activar la búsqueda de sus familiares. “Decían que era peligroso”, dice. 

Ella tampoco ha obtenido respuestas sobre qué ocurrió con cinco integrantes de su familia; una es su hija, de nacionalidad estadounidense, que tenía 13 años cuando desaparecieron en 2012, mientras viajaban en auto por la carretera de Ciudad Mante, de vuelta a su casa de Tamaulipas tras un viaje a Houston, Texas.

Falta de eficiencia

Ana Enamorado, Génesis Ramírez y Graciela Pérez Rodríguez han acompañado durante la última década a otras madres, padres y familiares de personas migrantes desaparecidas; con esa experiencia afirman que existen pocas diferencias entre la época en que iniciaron su búsqueda y la actualidad. Para Martínez, especialista en seguridad nacional, se trata de problemas básicos “que indican poca eficiencia funcional”. Por ejemplo, a pesar de que en años pasados se realizaron metodologías y recomendaciones para homologar los registros, estas se desecharon en 2017 debido a cambios de personal en las fiscalías estatales. El gobierno actual arrancó desde cero. 

Ramírez considera que “la CNB no está haciendo nada”. Detalla que todas las gestiones de búsqueda están a cargo de organizaciones civiles en Centroamérica y México. “Nosotros salimos por nuestros medios, hay que buscar organizaciones no gubernamentales que nos den apoyo, transporte, alimentación, financiamiento, es un relajo”, lamenta. 

Para Quero, la problemática actual también se debe a que los mecanismos de registro de la CNB apenas se están dando a conocer entre las autoridades mexicanas y sus contrapartes en otros países, como fiscalías y consulados. Es enfática al señalar que la consolidación del RNPDNO se enfrentó a la inconsistencia de datos, los registros duplicados, diversas metodologías de recolección que impedían hacer cruces de datos, así como la falta de coordinación entre países de autoridades especializadas en la búsqueda de personas migrantes, problemáticas que, asegura, la CNB intenta revertir. 

“Ahora hay mucha más información que hace trece años, pero la desaparición de personas migrantes no es un tema del pasado”, señala Enamorado. “Nuestra lucha es la de seguir visibilizando, denunciando que las personas siguen desapareciendo, y seguir acompañando a las familias”.

La elaboración de este reportaje fue apoyada desde la Academia Global de Medios y Migración (GMMA), un proyecto impulsado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM/ONU Migración) que trabaja con periodistas en promover narrativas éticas sobre migración que pongan a las personas en el centro de las historias.

www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).

 

 

Los vuelos de Alicia

 

Alicia De los Ríos Merino, alias Susana, militante comunista, está desaparecida desde enero de 1978. Su hija sospecha que es una de las víctimas mexicanas que fueron arrojadas al mar desde aviones durante la llamada “guerra sucia”, un método también usado en Argentina, Uruguay y Chile. Nunca dejó de buscarla, en una investigación personal que incluye evidencia documental, una causa penal, búsqueda de testigos y organizaciones de derechos humanos y auxilio de médiums y chamanes. La cronista Marcela Turati registra los detalles de esa búsqueda —tan individual y colectiva, tan latinoamericana— para tratar de entender hasta dónde es capaz de llegar una hija para conocer el destino de su madre. Esta crónica se trabajó en el Laboratorio de No Ficción Creativa*.

 

Por: Marcela Turati

 

En el recorrido por la playa, un militar de uniforme color crema, tipo camuflaje del desierto, aparece de la nada y corta el paso. Estaba escondido detrás de un letrero azul en el que se adivina la palabra “STOP”; es un retén perdido entre carpas con camastros en los que se ofrecen masajes con aceite de coco, junto a hileras de palapas donde los viajeros se dan tremendas comilonas hasta que atardece.

El letrero-sombrilla tras el que se oculta el soldado, que alguna vez tuvo dibujos, ahora velados por el sol como fotografías sobreexpuestas, advierte con un inglés incorrecto:

PROHIBIDO PASAR

CAMPO MILITAR N-27-F

NO TRASPASSING

MILITARY FIELD

Unos pasos adelante se encuentra la Base Aérea Militar No. 7 de Pie de la Cuesta, en el municipio de Acapulco.

Desde ese punto clausurado al tránsito poco se alcanza a ver del cuartel: una fila de altas y frondosas palmeras que sobresalen entre construcciones blancas, chatas, sin imaginación arquitectónica; la más alta es un rectángulo de dos pisos. No se distingue la pista, ni la torre de control o el almacén de combustible. Solo algunos derruidos puestos de control cubiertos con techos de lámina, desde donde los soldados deberían cuidar que turistas despistados, o acaso peligrosos narcotraficantes, no ingresen a las instalaciones.

Esa vista es la menos conocida de la base militar. La imagen más famosa es la entrada principal, sobre la Avenida Fuerza Aérea, que tiene como atractivo dos avionetas de guerra antiguas, a las que pintaron fauces de tiburón, las hélices como nariz, colocadas en posición de levantar el vuelo. Una placa conmemorativa rinde honores a quienes pilotearon esas naves.

A unos pasos, detrás de la custodiada barrera vehicular, soldados de guardia vigilan a la gente que se acerca a tomarse selfies. Cuidan que no se aproximen demasiado. A su espalda se puede observar un tramo de la pista aérea.

 

 

Vista, desde la playa y desde la calle, de la Base Aérea Militar No. 7 en Pie de la Cuesta, Acapulco. (Marcela Turati)

 

 

El siglo pasado, esa vía pavimentada que se extiende a lo largo de la costa era el aeropuerto oficial de Acapulco, cuando el puerto vivía sus años de esplendor. Ese aeródromo fue protagonista de aterrizajes de naves que transportaban a presidentes y secretarios de estado, magnates, turistas millonarios, y divas y galanes de Hollywood y de la época de oro del cine mexicano, quienes tras pisar tierra viajaban otros doce escarpados y solitarios kilómetros hasta llegar a la glamurosa bahía donde la noche siempre era joven.

Entre el repertorio de artistas famosos que los cronistas de la farándula recuerdan están Cary Grant, Frank Sinatra, Bette Davis, Rita Hayworth, John Wayne, Orson Welles y el atlético Johnny Weissmüller, mejor conocido por su papel de Tarzán.

En 1984, cuando el puerto ya había pasado de moda y el aeródromo pertenecía al Ejército mexicano, Pie de la Cuesta todavía atrajo a Sylvester Stallone.

Pero el actor no vino a tostarse los inflados músculos en la playa o a medir sus fuerzas contra las bravas olas del Pacífico. Vino a filmar una película de la saga de Rambo —la 2—, aquella en la que el gobierno de Estados Unidos lo envía a la selva de Vietnam con una misión patriótica: rescatar a prisioneros políticos del campo militar donde eran retenidos tras finalizar la guerra.

La base aérea de Pie de la Cuesta fue el escenario donde se llevó a cabo la epopeya, de la que el veterano combatiente salió triunfante.

Los lugareños todavía recuerdan las hazañas del hombre de hierro. Pero padecen amnesia cuando se les pregunta sobre los aviones cargados con presos políticos reales que en 1979, cinco años antes de que se filmara aquella película, llegaron aquí encapuchados, inmovilizados, torturados. No eran gringos. No combatían al comunismo. Eran mexicanos, algunos muy jóvenes. Aquí fueron torturados de nuevo. Y sobre la pista de la Base Aérea Militar No. 7 de Pie de la Cuesta, sus rastros se perdieron.

*

Desde su cuarto de hotel, Alicia De los Ríos Merino escudriña curiosa el Google Earth a partir de donde comienza la Avenida Fuerza Aérea. Localiza la entrada en la que ella misma posó junto a las avionetas decorativas para conseguir una foto, sin llamar la atención, de las instalaciones que tenía detrás. Agranda la imagen, la mira desde distintos ángulos para ubicar lo que, como historiadora, sabe bien que ocurrió detrás de esa custodiada fortaleza.

Trata de cuadrar los trazos arquitectónicos con la información que leyó en aquel expediente que contenía fotografías en blanco y negro, y un croquis que 20 años atrás dibujaron exmilitares a los que pidieron recrear las atrocidades que se cometían en el lugar a fines de los 70.

La historiadora intenta distinguir desde la computadora cuál sería el bungalow donde operaba la Brigada Blanca, aquel escuadrón criminal formado por integrantes de la Policía Militar y policías estatales que por todo el país cazaban a jóvenes guerrilleros con ideas comunistas y a disidentes políticos. A quienes detenían los interrogaban a punta de sádicas torturas en prisiones clandestinas. A algunos los mataban. No devolvían los cuerpos a sus familias; en castigo, los desaparecían.

“Esta es la entrada vieja… aquí llegaban dos automóviles, una Brasilia y una Van, se escuchaba la radio, hacían la batiseñal con el cambio de luces, les bajaban la cadena y los dejaban pasar… Entraban personas de cabello largo, vestidos de civiles, una tal Carona y La Tripa, que no eran de la Policía Militar…”.

Alicia tiene calcados en la memoria los relatos de horror contenidos en aquel expediente. Conforme los reconoce, va diciendo en voz alta lo que ocurría en esos lugares:

-[Los militares Mario Arturo] Acosta Chaparro en funciones [de director general] de Policía y Tránsito en Acapulco y [Francisco] Quirós Hermosillo al frente de la Policía Militar eran los que mandaban… los autos llegaban a estos edificios con estas palmeras, entre piedras y cemento, en la parte de mampostería está el bungalow… No creo que aún encontremos el camino que está en el croquis y que llevaba al bungalow, que era un galerón con baños… Aquí hacía vigilancia la gente de Quirós, aunque los soldados del batallón —no sé si para salvarse— luego declararon que ellos no veían, que no sabían lo que ahí pasaba…. Al bungalow los llevaban [a los detenidos], super cerca de la torre de control… Aquí pintan que este era el lugar de ejecución… casi inmediata…”.

El relato se hace más lento, porque le cala:

Los sentaban en una silla de metal. En la playa.

Los ponían de espaldas, de cara al mar. Siempre con los ojos tapados.

Sacaban la Uzi 9 milímetros, “la vengadora”, de Quirós Hermosillo.

Les disparaban.

El balazo iba rumbo al mar.

Siempre al mar.

Alicia sabe que lo siguiente era envolver el cráneo de las personas ejecutadas en bolsas de hule para contener la sangre y trasladar los cuerpos a la pista sin manchar el piso. Si caían gotas se formaban costras en el suelo que luego apestaban y los agentes tenían que limpiar con manguera.

“No sé si antes de asesinarlos habrán visto la puesta del sol”, se pregunta al notar ese astro naranja, grandote, redondo, intenso, que al atardecer se traviste con tonos rojo sangre y rosa mexicano, y que tanto presumen los lugareños.

En la pista aérea esperaba el avión Arava de fabricación israelí diseñado para transportar carga ligera y permitir el paracaidismo desde el cielo. Las puertas de los costados se abrían hacia arriba.

Subían costales que escondían cuerpos atados a piedras. En las bitácoras castrenses registraban la carga como “los paquetes”. A las dos o tres de la madrugada el Arava alzaba el vuelo rumbo a mar adentro, lejos de la costa, donde arrojaba a las personas al mar.

Se calcula que el gobierno mexicano desapareció en los llamados “vuelos de la muerte” a no menos de 143 personas.

Algunas todavía estaban vivas, desmayadas.

Alicia está aquí porque sospecha que uno de los “paquetes” con los que despegó el avión la noche del 8 de junio de 1978 llevaba a su madre, Alicia De los Ríos Merino.

*

Jefita:

Hoy, 22 de septiembre, es tu cumpleaños. Cuando era pequeña observaba a mi abuela Alicia cocinando un pastel para celebrar tu vida. Yo era la encargada de soplar las velas y, como deseo para ambas, rogaba poder abrazarte. Te imaginaba estudiando lejos hasta que, años más tarde, me confesaron que eras una presa política. No comprendí qué era eso, pero me pareció grave. Solo te pensé prisionera en una cárcel gris, cuadrada y con barrotes, como las que salían en las películas. Seguirías hermosa pese al uniforme que debías vestir.

En las fantasías en las que iba a verte, los policías no tenían cara, solo uniforme. La esperanza de visitarte duró hasta mi adolescencia. Pero nunca te trasladaron a una cárcel normal ni te liberaron ni te conocí.

(Carta pública del 22 de septiembre de 2021).

 

Crédito: Daniel Orozco

Crédito: Archivo familiar

Crédito: Edward Carreón

 

Alicia mostrando las fotos de su papá y de su mamá, ambos militantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre. En medio: Su madre, en su juventud, antes de ser desaparecida. Abajo: La historiadora con su tía Martha De los Ríos, en una entrevista.

Hasta los siete u ocho años Alicia entendió que había un problema con su mamá. Ocurrió cuando una prima, a quien lastimó jugando a “la trais”, como venganza le gritó furiosa el secreto de la familia: “¡Tu mamá está en la cárcel!”.

Ese dardo envenenado desinfló su mundo artificial. Su mamá no estaba estudiando muy lejos, ni su abuela era su otra madre y su abuelo su padre; no existía el túnel en el ropero por donde madre e hija se comunicaban en secreto y ella recibía regalos cada 6 de enero. Estaba presa.

Lichita creció atormentada por el pensamiento de que, si se portaba mal, su mamá nunca iba a ser liberada. Hasta que otro primo, Sandino, su eterno compañero de juegos, exasperado por tener que guardar una inconsistente mentira que se descarapelaba con los años, un día gritó a la familia entera: “¿Por qué no le dicen de una vez que su mamá está desaparecida?”.

Ese momento, Alicia lo recuerda como una “fiesta de locos”. La abuela sollozaba, una tía se enojó con el niño chismoso y malcriado, el abuelo guardó silencio, y Lichita no dejaba de llorar mientras otra tía le prometía que la estaban buscando.

“Me decían que sí, que estaba en una cárcel, pero que no sabíamos cuál era”, recuerda Alicia ahora, a sus 46 años, no en tono de drama. Enseguida, con una risita burlona, dice: “Nunca supimos dónde estuvo y eso nos mantiene aquí, buscando”.

En aquella celda, desaparecida, quedó atrapada Alicia, la chihuahuense hija de rancheros norteños con inquietudes sociales, la estudiante de electrónica, la joven de pelo largo, tupido y liso que actuaba en obras de teatro escolares, la veinteañera que militó en la Liga Comunista 23 de Septiembre y llevó una doble vida con el alias de Susana, la que fue expulsada un tiempo del grupo guerrillero, la que se enamoró y parió en la clandestinidad, la que entregó a sus padres a la bebé para que la cuidaran, la que retornó a la guerrilla como responsable militar (fue la primera mujer con ese cargo en la liga), la cabrona que participó en secuestros y ataques armados.

Al momento de su captura en la Ciudad de México, con ella quedó atrapada toda la familia De los Ríos Merino. Desde aquella llamada a la casa de sus padres en Chihuahua en enero de 1978, en la que Alicia-Susana dijo a una de sus hermanas: “Ya vinieron por mí, búsquenme”, la familia entera quedó secuestrada.

Por testimonios de tres militantes de la liga supieron que la habían visto presa en el Campo Militar Número 1 en la Ciudad de México. Y que, a diferencia de ellos, no fue liberada.

Las mujeres De los Ríos buscaron a Alicia como se hacía en esa época: organizándose con otras familias que tenían parientes desaparecidos, marchando con la foto en blanco y negro de la detenida, protagonizando huelgas de hambre, denunciando ante organismos internacionales a los militares y sus cárceles clandestinas, arreglándoselas sexenio tras sexenio para acercarse a gobernadores, secretarios de Estado, titulares de la Secretaría de la Defensa Nacional y presidentes para pedirles el favor de que la liberaran.

*

Hasta los 37 años, Alicia entendió que encontrar a una persona desaparecida en México es como perseguir un fantasma en medio de un laberinto lleno de puertas falsas.

“Vivíamos en un mundo fincado en esperanzas, ninguna confirmada”, dice ahora Licha al reflexionar sobre aquellas búsquedas familiares y los espejismos que mantuvieron atrapada a su familia.

En esos años, alguien dijo que vio a Alicia en Nicaragua peleando al lado de los revolucionarios sandinistas. Un amigo la reconoció en un shopping mall en El Paso, Texas, donde ella le hizo una seña de “guárdame el secreto”. Un historiador publicó que en la cárcel femenil de Santa Martha Acatitla, por la que nunca pasó, le robaron una hija que parió en prisión. Una tía aseguró que era aquella misteriosa mujer disfrazada de enfermera que se introdujo ilegalmente en el hospital donde convalecía su padre agonizante y le acarició la frente (en el sanatorio confirmaron el robo de un uniforme). Suya era la voz que llamó a casa en 1993 y dijo: “Cuiden a mi hija, denle un beso a mi papá y a mi mamá”, pero no contestó cuando le preguntaron: “¿Dónde estás?”.

La familia recibía crípticos mensajes de brujas y videntes, que relacionaba con sus corazonadas, propias de quien necesita sostener una esperanza, como cuando la tía aseguró, con toda seguridad, que Alicia era la “comandanta Lucha” a la que se refirió el Subcomandante Marcos en una de sus cartas poéticas desde la Selva Lacandona en los primeros años del alzamiento zapatista, y hasta allá fue a preguntar Licha, quien se mudó un tiempo a Chiapas. En el año 2000 alguien más reconoció a Alicia en la foto que sacó el diario Reforma de una indigente con problemas psiquiátricos, y Licha comenzó a salir en las noches a buscar a su mamá en miserables albergues defeños imaginándola enloquecida por las sesiones de tortura.

Para entonces, ella ya se había graduado de Derecho, se había mudado a la Ciudad de México, donde se enamoró y parió dos niños. Estaba desempleada, no ejercía la abogacía y llevaba una vida semi ambulante entre conciertos en las bases zapatistas de Chiapas o donde pidieran la música solidaria de su marido, un icónico rockero mexicano que casi le duplicaba la edad. Combinaba la maternidad con la militancia en su colectivo (las kloakas komunikantes), que le cargaba la agenda de voluntarias actividades políticas con la etiqueta “de abajo y a la izquierda”.

Cuando tenía 34 años sintió que esa vida, con cada vez más frecuentes baches económicos y emocionales, no era la que quería y decidió aplicarle un método a sus búsquedas. Y, de paso, a su propia vida.

Postuló a una beca para estudiar historia, la ganó, regresó a Chihuahua a la casa de los abuelos maternos con sus hijos y comenzó un nuevo camino: de madre sola apoyada por su red de tías combinado con los estudios y los trabajos de campo.

Sabiendo que no tenía ni un minuto que perder porque “las doñas” como su abuela estaban muriendo, tomó testimonios de manera sistemática a las otras madres con hijos desaparecidos y conoció sus colecciones de recuerdos; entrevistó a compañeros de militancia de su padre y de su madre y a su propia familia; hurgó en hemerotecas que huelen a polvo y humedad, navegó por los horrores contenidos en los archivos oficiales de la represión y creó sus propios archivos.

Al mismo tiempo tocó las puertas del jesuita Centro de Derechos Humanos Miguel Agustin Pro Juárez para pedirles que tomaran el caso de la desaparición de su jefita. Le pusieron abogados y presentó una denuncia ante la justicia mexicana que llevó a instancias internacionales.

El proceso penal quedó estancado durante casi 20 años.

*

Jefita:

Es hasta hoy, a diecinueve años de la denuncia, cuando hemos localizado a agentes involucrados en tu detención, interrogatorios y traslados. Pese a los esfuerzos que los victimarios hicieron para permanecer en las sombras por décadas, hemos logrado que la FGR [Fiscalía General de la República] les cite a declarar.

El primer testigo de tu caso fue citado el jueves 22 de julio. Pese a que me advirtieron que podría no presentarse, para nuestra sorpresa sí lo hizo. El exagente —estatura y complexión regular, de setenta y tantos años, vestido con ropa deportiva de marca y acompañado por un joven abogado— estaba sentado con ojos de desconcierto. Como en mis fantasías de chiquita, parecía no tener rostro. La cara, cubierta por una mascarilla, podría ser la de cualquiera.

Al verlo, la Lichita que deseó más que nada visitarte en la cárcel desconocida me tomó de la mano, nerviosa. La consolé: “Es una cita impostergable con uno de los hombres que posiblemente se llevaron a mamá”.

(Carta pública del 22 de septiembre de 2021).

*

No hay forma de ver la base aérea desde la playa. Los pescadores dueños de lanchas se burlan de la descabellada idea de pasar enfrente por altamar. Es mar abierto, contestan siempre. La borrachera del agua se lleva a cualquiera porque el Océano Pacífico en esta costa es aguerrido. Los banderines rojos colgados a lo largo de la arena no dejan resquicios a la duda. Las olas furiosas se estrellan hasta descalabrarse. Se avientan clavados de cabeza una, dos, millones de veces, día y noche enteros.

Los tours de 200 pesos, que ofrecen los vendedores de paseos correteando a los autos por la avenida costera, solo recorren la tranquila laguna de Pie de la Cuesta, a la que un pasillo de tierra —que se extiende a lo largo de 14 kilómetros y es conocido como Barra de Coyuca— separa del mar embravecido.

“Las llevamos en lancha a esta laguna de agua dulce”, ofrece uno de los lancheros, que muestra un mapa con las paradas del tour. “Incluye la vista a la casa del señor que tuvo las siete esposas, el lugar donde le ponían mascarillas de barro a Luis Miguel, el sitio donde filmaron Rambo 2, el avistamiento de cientos de aves trasatlánticas, pelícanos, la espera en un restaurante y la puesta del sol. Es un recorrido tropical, ya vamos a embarcar, ¿no se animan?”.

 

Folleto turístico de los paseos que se ofrecen en la laguna de Pie de la Cuesta.

 

 

Captura de pantalla de la película Rambo 2, con Sylvester Stallone, filmada en la base militar.

 

Como él, aquí cada propietario de una lancha es un microempresario que busca salvar del naufragio a su negocio. Todos son platicadores, tienen que ser simpáticos; conversan con los viajeros, comparten anécdotas y datos históricos. Para todas las dudas tienen respuesta, menos para una:

—¿Es cierto que aquí los militares tiraban desde aviones gente al mar?

La pregunta apaga toda sonrisa. Los consultados, algunos ofendidos, otros indignados, responden serios que nunca habían escuchado ese disparate, que son mentiras, que se trataría de turistas arrojándose en paracaídas y no de cuerpos inertes cayendo al océano.

*

El pescador más antiguo de Barra de Coyuca es Valente Diego Jacinto, un anciano nacido en 1930, padre de nueve hijos, abuelo, bisabuelo y —próximamente— tatarabuelo de una prole que no alcanza a contar.

Desde su casa, ubicada en la calle del panteón ejidal, el hombre recuerda que en este lugar antes solo había 14 casas y que las 14 familias se dedicaban a la pesca. A los 18 años, Valente fue soldado, por eso conoce la base aérea de Pie de la Cuesta, que está en el pueblo contiguo, a escasos 15 minutos en auto por la franja de tierra que divide la laguna y el mar.

Como soldado duró ocho años haciendo lagartijas —eso es lo que más recuerda—, pronto se independizó y se convirtió en uno de los pioneros con lancha propia en esta zona turística que —con el piano y la seductora voz del Flaco de Oro Agustín Lara y su “acuérdate de Acapulco, de aquellas noches, María bonita, María del alma”, dedicada a la actriz María Félix— ya era favorita de las celebridades.

Valente se queja: la economía va mal; ahora hay más pescadores que pescados. En el terreno baldío contiguo a su patio, donde Alicia fue a conocerlo, el anciano tiene una lancha estacionada, a la usanza del personaje de Fitzcarraldo, como un cadáver de sirena fuera del agua.

 

Valente Diego Jacinto, el lanchero más longevo de Barra de Coyuca, quien recuerda a las víctimas de los vuelos de la muerte.

 

Don Valente es platicador. Se emociona narrando lo que recuerda de la historia de esta playa. Le faltan dientes, por eso no siempre se le entiende. Es el único que no se asusta con la pregunta sobre los vuelos de la muerte.

—¿Es cierto que desde acá tiraban gente al mar?

El anciano de inmediato dice que sí. Y aporta detalles:

—Ahí lo aventaban antes, en avión lo tiraban donde quiera. Lo tiraban para acá, lo tiraban pa’ dentro del mar y salían ahí pa’ la playa, salían todos raleados del pescuezo… Sí, pues. Los ahorcaban —hace una pausa—. Los martirizaban, pues.

A ratos la memoria no le da para aportar detalles. Menciona a un hombre de Acapulco que mandaba matar y tirar a la gente al agua. Pero no recuerda el nombre. En otro momento dirá que es un judicial.

—Mataron como cuatro, ya los traen allá muertos y ahí los tiraban ya en la esquina. Ya los traiban ya, los bajaban ya muertos. Ya lo traían ya ellos. Los que mataban los mataban a balazo. Antes le daban los balazos aquí, a veces los balazos aquí. Bueno, donde quiera les daba balazos. No sé en qué año. Ya tiene muchos años. Pues ya esos años ya pasaron, ya no me acuerdo, ya uno no se acuerda de lo que hace uno ni nada…

—¿Era un avión de los militares?

—No, eran avioneta, de dos alas; había de dos alas, pero ahora no hay.

—¿Qué gente tiraban? ¿Eran hombres?

—Pues mujer y varones, no respetaban. A veces les quitaban la camisa o el pantalón, nomás le dejaban pura trusa…. Sí. Así son las cosas de antes, pues.

En un momento de la charla comienza a mezclar muertos. Los del ciclón que arrastró a su hermana, con todo y el tanque de la gasolina y el motor de la lancha, en ese mar que arrastró a su cuñado también. A ella la buscó mucho, “en el revolcadero, anduve todo eso, mar por tierra, por avión, por barco, nunca la encontré”. Asegura que se la comieron “las tintoreras”, porque antes había muchos de esos tiburones. Y los muertos recientes de la violencia criminal que se ha soltado en la zona, asesinados a balazos, en cualquier sitio, “nomás llegue la noche”. Junto con los “martirizados” que caían desde las avionetas. Luego dirá que en tiempos del presidente José López Portillo.

Ninguno de esos cuerpos está en la fosa común porque el cementerio colindante con la playa ha sido varias veces engullido por el mar, que en temporada de ciclones hasta las bardas de cemento y block tumba, y a los muertos desentierra.

—¿Esos aviones salían de la base militar?

Se le insiste en la pregunta.

—Nooo —contesta exasperado—, eran otras avionetas. Los soldados no tienen avionetas, puro aviones y helicópteros.

Pero la descripción de las avionetas, la hora y la dirección coincide con la información que se tiene de los vuelos de la muerte que, desde 1974 y hasta 1979, operó el Ejército mexicano para exterminar a disidentes políticos.

—La martirizaban y todo, la mataban, y la venían a tirar en el mar, donde quiera la tiraban, en el monte, en la laguna, venían rolando, rolando —insiste sobre las víctimas—. Yo nada más alcancé a ver unas cinco personas. Yo tempranito, pues había un avión que los tiraba tempranito, amaneciendo, venían de por acá —y señala al mar.

—¿Y no se espantaban los turistas?

—No. Como no saben, pues, nomás la gente de aquí sabía cómo las enterraban. Y como si nada, pues.

Don Valente cuenta esas vivencias frente a una nieta y a una anciana que anda de novia con uno de sus hijos. Ellas no le dan importancia a lo que dice. Lo toman como una “fantasía del viejito”.

Su vecino don Chente, que vive en la calle contigua y con quien compite como el más longevo de la zona —también pescador retirado, también con pinta de desnutrido—, desde la reja de su casa confeccionada con retazos de alambres y una tela en vez de puerta, cuando se le pregunta por los vuelos de la muerte dice que sí hubo, que todo temblaba cuando los aviones pasaban. Y los justifica:

“Vivos los echaban. En vez de echarlos presos los echaban al agua, los tiraban de arriba, pues. Los llevaban en avión y allá arriba los soltaban. Con una piedra les agarraban el pescuezo y vámonos. Cuando los echaban al mar es porque eran de los malos, de los que matan, los agarraban y los echaban”.

*

Jefita:

Durante los siguientes cuatro años revisamos una y otra vez el fondo documental de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), el archivo policiaco más extenso sobre la contrainsurgencia al que hemos podido acceder. Conocimos tu fotografía detenida, con esa mirada tan igual a la de tu papá Gilberto, en la que contemplabas con destellos de abatimiento y dignidad a tus captores. Lloramos ante tu tristeza. Leímos el interrogatorio realizado en el Campo Militar Número 1, imaginándote herida y sometida ante los perpetradores. Nos aprendimos de memoria los testimonios de tus compañeros sobrevivientes Mario Álvaro Cartagena López, Amanda Arciniega Cano y Alfredo Medina Vizcaíno, quienes, valientes, declararon ante la prensa y las autoridades que te vieron o escucharon detenida en instalaciones militares entre 1978 y 1980. Insistimos ante la FEMOSPP [fiscalía de delitos del pasado] en que rindieran cuentas quienes te detuvieron, te hirieron, te ocultaron, te torturaron y te han mantenido desaparecida por 43 años. Pero el Estado no estuvo a la altura y prevaleció la amnistía de facto.

(Carta pública del 22 de septiembre de 2021).

 

 

Fotografía de Alicia De los Ríos Merino, alias Susana, tomada en 1979, cuando se encontraba detenida-desaparecida. Procedente de los archivos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).

 

 

Con los años, Licha fue sumando piezas sobre el posible paradero de Alicia. Ya había aprendido métodos de investigación y a descartar hipótesis. Su caso avanzó lo que ningún otro gracias a que dos ministerios públicos se interesaron en resolverlo y a que comenzaron —por fin— a recibir la información que sus abogados habían solicitado sobre la represión contrainsurgente, y con la que empezaron a enviar citatorios para interrogar a los militares retirados que fingen amnesia, pero cuyos nombres y firmas están en los papeles de los circuitos de la desaparición por donde pasó su mamá.

Y los nuevos documentos arrojaron nuevas pruebas.

Evidencia #1. En la fotografía en blanco y negro, “Susana” no tiene la cabellera abundante, oscura, lacia y bien peinada que mostraba en imágenes anteriores. Se le ve greñuda, el pelo tusado en capas disparejas, la cara con arañazos, ella sin sonrisa.

Es una foto tomada en 1978 en el interior del Campo Militar Número 1, hallada en los archivos de la DFS.

Evidencia # 2. Mario Álvaro Cartagena López, recién liberado de la base militar defeña, declara a la prensa que vio con vida a Alicia. Los militares que la custodiaban en la prisión clandestina la llevaron a verlo y ella confirmó que era el Guaymas. Cartagena, diría después a Lichita, sintió que la mirada de su superior militar, más que de traición, era una advertencia que le infundía ánimos: “¡No se raje!, no tumbe a nadie”. Él resistió; por la tortura le amputaron la pierna. Otros dos compañeros declararon también que vieron a Alicia.

Evidencia #3. Las noticias de la hemeroteca y los testimonios de dos exmilitantes de izquierda chihuahuenses que (¿por error?) fueron trasladados a la base militar de Pie de la Cuesta, en Acapulco, y vieron viva por última vez a su paisana Alicia entre el 3 y el 5 de junio de 1978. A ellos los liberaron.

Evidencia #4. Las fotografías, acompañadas de testimonios, de exmiembros del ejército llamados a declarar en 2002. En una se observa que tres exmilitares hacen al mismo tiempo la señal con que los tripulantes de los autos Caravan y la Brasilia de la Policía Militar pedían que les dejaran pasar a la base con su cargamento humano. En otra se observa a uno de ellos, sentado en la playa de Pie de la Cuesta, con la mirada fija en el mar, simulando estar en la silla de las ejecuciones, mientras un compañero le apunta hacia la nuca. En otra imagen se ve a unos hombres acostados dentro de un avión Arava, en un performance macabro, actuando como si fueran guerrilleros muertos.

Evidencia #5. Declaraciones de integrantes de la Brigada Blanca, así como de pilotos y mecánicos que participaron en los vuelos nocturnos que salían con “paquetes”. En una se lee:

“Después solo íbamos los pilotos, los tres elementos que se encargaban de tirar los cuerpos y yo, al despegar igual volamos por unos veinte o treinta minutos y se procedió a tirar los cuerpos de los muertos que llevábamos [...], me comentó el Capitán DAVID que si la podía quitar [la puerta] en el aire para que fuera más rápido, por lo que le dije que sí, que fue lo que hice, para lo cual se amarraba una cuerda por seguridad y sucedió que cuando ya iba a ponerla me di cuenta de que abajo había unas luces, dándole parte al Capitán DAVID, diciéndome que posiblemente era un barco, fue por eso que las siguientes ocasiones, después de salir de la Base, volábamos hasta una hora mar adentro para tirar a los muertos y que no fueran a caer cerca de la playa o en algún barco o algo así, también como la sangre que escurría se metía entre las pequeñas fisuras del piso del avión, aunque lo lavaran, al medio día en que hacía calor, se venía un olor insoportable…”.

En sus testimonios, dos ex militares que declararon ante la justicia castrense por su participación en este criminal método de exterminio -el mecánico Margarito Monroy Candia y el policía Gustavo Tarín Chávez-, dieron una probable cifra de víctimas: el primero estimó que fueron 300, el segundo hasta 1,500.

 

Extracto del expediente en el que se reconstruyen los “vuelos de la muerte” con base en las declaraciones de uno de los tripulantes (captura de pantalla).

 

Bitácora en la que se registró el vuelo nocturno del avión Arava, desde donde se cree que fue arrojada al mar Alicia De los Ríos. (Captura de pantalla)

 

Evidencia #6. Bitácora de viaje del avión Arava del 8 de junio de 1978. Está registrado con letra escrita a mano como “nocturno”; es el distintivo de los vuelos de la muerte. Eran los únicos que salían de noche. Después de esa fecha nadie volvió a ver a Alicia.

*

“Según testimonios de sobrevivientes de desaparición forzada en el Campo Militar Número 1 y en esa base, mi mamá y otros compañeros fueron vistos por última vez en una construcción en esa playa entre 1971 y 1979 (la estancia de Alicia en Pie de la Cuesta se registró en los primeros días de junio de 1978)”.

(Mensaje de Facebook, 18 de abril de 2023).

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Antes de venir a Pie de la Cuesta, Licha recurrió a otras pistas sobre el paradero de su mamá. En julio de 2022 estuvo en un viejo departamento del centro de la Ciudad de México, sentada en un sillón; a su alrededor estaban dispuestas cajitas de plástico con tornillos pequeños, moldes de dentaduras, guardas de plástico para corregir mordidas, montañas de papeles y libros voluminosos. Frente a ella, un indígena delgado, veinteañero, de pelo negro y largo, le transmitía mensajes que alguien le soplaba al oído.

Era un médium que le recomendaron consultar para conectarse con su mamá. Aunque a su cita llegó otro visitante.

“El tema más latente y al que siempre le has dado más relevancia es con tu mamá”, comenzó el vidente, “pero el tema con papá sigue esperando que le des esa mirada que te cuesta darle”.

Ella, con la sonrisa que forma parte de su eterno rictus, asintió con la cabeza.

“Pues tu papá dice que sigue esperando a que lo busques, que le des la misma importancia y mirada que a tu mamá. Es como si mamá estuviera perdida, pero tu papá sí mira hacia ti”.

“¿Que lo busque?”. Alicia se extrañó del mensaje, pero no repeló: contestó dócil a las preguntas que le hacía el extraño sobre la relación con su progenitor. Contó que a los 10 años, cuando le cambiaba el marco al cuadro del Che Guevara que estaba en la casa de sus abuelos, se desprendió de la parte trasera el retrato oculto de un desconocido con un nombre anotado: “Enrique Pérez Mora ‘Tenebras’”. Hasta los 14 años supo que ese joven guapo, de pelo negro y rebelde, era su padre.

Dudó sobre el jalón de orejas de su padre. Ella publica sobre él en Facebook, ha reconstruido su vida y hasta prepara un documental sobre su historia. Incluso se tatuó un corazón con dos nombres entrelazados: La Susan y El Tene.

Pero, finalmente, no fue a consultar al espiritista para preguntar por su papá, de quien conoce su destino final y la historia de la abuela paterna que cruzó en piyama medio México, enferma, a bordo de un autobús, para identificar el cadáver de su muchacho, el guerrillero asesinado en una emboscada de la policía en Sinaloa, de quien conservó el corazón, escondido en un frasco de formol en el ropero. Una reliquia que impresionó a Licha.

El joven indígena insistía en darle voz al Tenebras y transmitirle sus sentimientos de padre abandonado que quiere que la hija sepa que cuenta con él, que le dice que fue mejor que no creciera a su lado porque estaba lleno de rabia y rodeado de hombres violentos, y eso iba a dañarla.

“Él me dice que esta búsqueda que haces de ellos es porque tú estás perdida. Más allá de hacerla por ellos es que te busques a ti, porque la atención la has llevado mucho al pasado, y te has perdido del presente”. El joven siguió hablando, como si recibiera un dictado. “Dice que todavía hay tiempo para que te conectes al presente. Que sigas con esta búsqueda, pero no pierdas el hilo con tus hijos”.

Alicia dejó de repetir “okey, okey”. Ya no sonreía. Ese intérprete de los muertos alzó los ojos como intentando escuchar algo a la distancia, como si una voz o un mensaje viniera de la cocina que tenía detrás. No tardó mucho en contactar la nueva frecuencia, rápido asintió con la cabeza, y en sintonía con lo que parecía otro canal soltó:

“Tu papá está bien. A la que siento muy perdida es a tu mamá, a ella la siento en un lugar oscuro, en un lugar sin recuerdos, como sin memoria, como en un espacio muy raro. Solo veo mucha oscuridad… muuuucha oscuridad”.

—¿Hay agua?

—No sé, está muy oscuro.

 

Alicia estaba seria cuando el joven rezó una oración en purépecha, le dio unos consejos y la bendijo. Pero a la mañana siguiente canceló abruptamente la agenda que tenía en la capital del país de hija buscadora de una madre desaparecida, y regresó a Chihuahua para llevar al médico a su hijo menor, el adolescente handbolista que había sufrido un golpe de calor, a quien,- después de que el doctor lo revisó, le fue programada una operación en el corazón.

Por esos días, Alicia lidiaba con la imagen de su jefita en un lugar oscuro, perdido, frío, desconectado.

Se le venían encima las escenas que recién había encontrado en los expedientes de los poco publicitados juicios que la Secretaría de la Defensa Nacional abrió contra dos exmilitares —los generales Quirós Hermosillo y Acosta Chaparro— por los vuelos de la muerte. Pero el Ejército no lo hizo para castigar las monstruosidades que ambos cometieron y ordenaron durante la contrainsurgencia —deduce Alicia—, sino para salvarlos de la extradición que solicitaba el gobierno de Estados Unidos, que los acusó de traficar droga para el Cártel de Juárez.

Los relatos que había leído se le convirtieron en imágenes fijas, como esas costras de sangre que por más que se lavan no se borran. Se le aparecían como pesadillas que miraba con los ojos abiertos. Imaginaba a las personas cayendo desde el cielo, a las esposas de los detenidos violadas, y a las víctimas asesinadas con el rostro hacia el mar.

Leyendo las declaraciones de los sobrevivientes de la base aérea, que en junio de 1978 vieron a Alicia-Susana, imaginó que el Océano Pacífico puede ser el sitio oscuro, frío, donde se corta la comunicación con los vivos.

En ese tiempo escribió una carta, que se difundió en noticieros, pidiendo a los exintegrantes de la Brigada Blanca, a sus familias y a quienes pudieran tener datos sobre el paradero de su mamá que se comunicaran, pero no tuvo respuesta. También acompañó la instalación de la reciente comisión de la verdad para esclarecer las atrocidades cometidas por el Estado durante la contrainsurgencia, y se anotó para recorrer antiguas prisiones clandestinas.

Fue hasta diciembre cuando una sanadora chilanga avecindada en Acapulco le mandó un mensaje clave: que había sentido la presencia de su madre, Alicia, en un ritual que guió en la playa de Pie de la Cuesta para honrar la vida de dos defensoras indígenas locales muertas por el covid-19. Que sintió la presencia de la mujer de la foto en blanco y negro, de cabellera lacia, negra y abundante, que alguien colocó en el altar, y comenzó a recibir potentes mensajes suyos: su madre necesitaba un ritual.

 

Fotografía del altar dedicado a luchadoras sociales fallecidas en Guerrero durante la pandemia, y a Alicia De los Ríos. (Cortesía)

 

Licha, en un hotel de Acapulco mirando las fotografías del cuartel militar y otros archivos. (Marcela Turati)

 

“Hola Laura, buenos días. Soy Alicia de los Ríos, amiga de Mariana Mora. Ustedes hicieron un ritual acá en pie de la cuesta donde colocaron la foto de mi mamá, que es una persona desaparecida. Estamos en pie de la cuesta y me gustaría saludarla. Cree que pueda, Laura? Estaremos hasta el sábado. Muchos abrazos”.

(Mensaje de Whatsapp enviado el viernes 7 de abril de 2023).

*

En cuanto te mira, Alicia, la mujer comienza a llorar sin consuelo. Te dice que no son lágrimas suyas, que son de tu mamá, a quien no ve, no escucha, pero la siente. Te dice que la noche anterior, cuando recibió tu Whatsapp avisando que estabas en Acapulco, proponiendo verla, la invadió la tristeza. Que el llanto de tu mamá se le impone como energía rebelde que la habita, como ese mar que se azota contra la arena.

Laura, la mujer curandera, o médium, o chamana, no sabes cómo llamarla, te hace preguntas que tu jefita quiere saber: si aún vive su mamá, la primera Alicia de la familia, y si tiene nietos. Piensas en el Niko y el Sebas. Laura sigue disculpándose, entre sorprendida, apenada y asustada, porque dice que esto que ves nunca le había pasado. Nunca había sentido así a alguien más.

“Esas lágrimas son de que ella ya se va a despedir porque ella necesita descansar, dice que todos estos años ella te ha estado abrazando, lo que dice es que se necesita llenar todo el mar de flores blancas porque no es la única. Hay hombres, hay mujeres ahí, sus almas están y ya todos quieren descansar”, te dice.

La escuchas. No te da tiempo de contarle sobre tu madre. Laura tiene necesidad de explicar que anoche, cuando estaba junto al refrigerador, tu jefita le dictó mensajes y que primero no entendió que tenía que tomar apuntes, hasta que se dio cuenta de que era un imperativo.

Ella ya te lee en voz alta lo que, con prisa, escribió en el celular, lo que pudo captar de lo que tu mamá le dijo; te pierdes tramos que, entre los azotes que se da el mar detrás tuyo, no logras escuchar:

“Querida hija, te estaba esperando, quería decirte que siempre te quiero y te llevo en mi corazón, estoy orgullosa de ti porque para mí es importante…Yo sabía que algún día vendrías, solo te estaba esperando al mirarte en todo este tiempo donde yo desaparecí… Me voy tranquila porque sé que tú me entiendes lo que luché y que tú sigues luchando como si fuera yo, te quiero y para mí era importante que tú vinieras a despedirte para que yo descanse, mi alma necesita descansar… Yo sé que tú seguirás luchando por mí para que se sepa la verdad, para que se visibilice mi muerte que es la muerte de muchos que estamos aquí… Sigue luchando para que sepan que, un balazo, ¿balazo? [miras cómo se asombra], no, perdón, no sé por qué escribí balazo [Laura se disculpa], los que morimos fue para poner un México donde todos coman, donde todos participen, donde todos vivan dignamente… Gracias, hija, por estar aquí, te amo, te quiero, siempre te llevaré en mi corazón… Yo solamente te mando estos mensajes en estas tierras, en esta mar que me puso alambres de otras mujeres… [otra vez Laura se detiene, desconcertada] ¿alambres?, no, no sé por qué escribí alambres, me equivoqué… llenen el mar de flores blancas, es para nuestra alma y una partecita que significa la liberación de mi alma, del alma de mis compañeras, que significa descanso de nuestra alma y la paz de nuestro país, que reconozca la dignidad de morir luchando por la paz, luchando por la dignidad del pueblo mexicano…”.

Te desconciertan algunas palabras como “democracia”. De lo que conoces a tu mamá, no crees que a fines de los 70 ese fuera el ideal de su lucha y de su organización, pero sigues escuchando. Te desconcentró oír “alambre” y “balazos”, pero recuerdas lo que dijo don Valente sobre los martirizados que estarían enterrados en ese mar. Muertos a balazos.

Tú estás desconcertada, a ratos te ríes por dentro. Te acuerdas de Whoopi Goldberg en la película de Ghost y te sientes extraña, ridícula, no sabes si creerle a esta mujer que quiere que junto a ella consumes tu despedida.

 

Ceremonia para saludar, honrar y despedir a Alicia De los Ríos en el Océano Pacífico, donde se sospecha que fue arrojado su cuerpo. (Marcela Turati)

 

En esta playa Laura se ve exótica. Contrasta con la gente en traje de baño, con la piel al sol. Ella con el pelo largo que le cubre la espalda, una tela atada en la cabeza a manera de turbante rojo, las pulseras, collares y colguijes armados con chaquiras y piedras marinas. Su vestido pesado de tehuana, largo, hasta la pantorrilla, con estambres rojos bordados, del que asoman encajes. Los huaraches de piel tipo danzante prehispánico. El labial corrido por tanto llanto. Pero de inmediato espantas las dudas y piensas: “He hecho muchas otras cosas, estoy aquí, por qué no voy a hacer esto y tomarlo en serio”.

Ya decidiste entregarte a la experiencia y confiar en ella, así que dibujas en la arena, como te pide Laura, un círculo que representa el signo de la paz. Colocas las flores blancas que compraste en el mercado y las láminas escolares con los colores patrios que encontraste a falta de bandera. Batallas prendiendo las veladoras, cuyas llamas no quieren quedarse quietas bajo la brisa rápida.

Repites las palabras de Laura (“lleno todo el mar con estas flores blancas que significan la paz para las almas”), sientes más ese dolor que cargas en el pecho, lo sientes pesado (“te reconozco como mi mamá, agradezco todas las enseñanzas que he tenido en esta búsqueda”), comienzas a llorar desde un sitio profundo (“bendigo todo lo que me has dado pero ahora te entrego todo lo tuyo, con mucho respeto y humildad, porque yo seguiré mi camino”), no quieres pronunciarlo, porque no quieres despedirte de ella, pero repites (“traigo estas flores blancas para que descanses”), te peleas contigo, no quieres soltar a tu mamá, pero las palabras que estás repitiendo son de despedida y vas sintiendo tristeza (“estoy honrando tu lucha que has venido haciendo por todo el pueblo mexicano, por un camino de alegría, de dignidad”).

Laura te pide que te despidas.

“¿Y si no me quiero despedir de ella?”, contestas, aferrándote a tu mamá.

Ha llegado el momento de arrojar las flores blancas a las olas y lo haces con todas tus fuerzas, el mar en su vaivén las regresa, las avientas de nuevo, pero te las devuelve, te las lleva a los pies, y vuelves a intentar soltarlas, pero ellas insisten en regresar. Ya mejor tomas los pétalos blancos en la mano y los aprietas.

“¿Quieres decirle alguna otra palabra?”, te pregunta Laura.

“Sí”. Y con una voz que se te quiebra al salir, agregas: “¡La amo!”.

Las olas bailan al compás de las sonajas de cascabeles que Laura agita mientras va terminando la oración.

Esa noche sentirás mucha paz. Notarás que la angustia y el peso que tenías se te quitó del corazón. Afuera el mar estremecido se descalabra. Pero no lo escucharás. Te quedarás dormida. Con una paz que no habías sentido.

“Viajé hasta Pie de la Cuesta, en Guerrero, para encontrarte. Contemplo el mar que probablemente te arropó y advierto una tormenta: eres tú. Por ti llenaría el océano de flores blancas. Necia, digna e insurrecta, en ninguna circunstancia pudieron arrancarte tu esencia y continúas dejando recados para tu búsqueda. Confío en que estamos próximas a conocer lo que te sucedió. Seguiremos. Sin titubeos lo lograremos. Que mi amor te honre siempre, jefita”.

(Carta inédita de junio de 2023).

**Ilustración de Portada (Arte): Hugo Horita

www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las lógicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito de la persona autora y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).

* Esta crónica se trabajó en el Laboratorio de No Ficción Creativa llevado adelante por la Revista Anfibia, el Doctorado de Escritura en Español de la Universidad de Houston y la Maestría en Periodismo Narrativo de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) entre septiembre de 2022 y mayo de 2023. https://www.revistaanfibia.com/los-vuelos-de-alicia/

 

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